'Crónicas perplejas': “Lo hortera no es un recurso decorativo, lo hortera es un estado de ánimo”

Habla Antonio Agredano de la decoración de nuestras casas y de lo mucho que le gusta el "color del oro"

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La opinión de Antonio Agredano sobre la decoración de las casas en sus 'Crónicas perplejas'

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Estuve en la entrega de unos premios de poesía en el Hotel Ritz y me quedé fascinado con el uso del dorado en adornos, paredes y aseos. El dorado es mi color favorito. Siempre tuve ínfulas faraónicas, la verdad. Oro, pavos reales y plantas de monstera deliciosa, comúnmente llamada costilla de adán.

Occidente empezó su decadencia cuando a la gente le dio por poner en sus casas y pisos eso llamado ladrillo visto. El ladrillo visto es el gran enemigo. Hasta el gotelé tiene un pase, pero esas paredes oscuras, como a medio construir, indistinguibles del murete de una cuadra. Con sus desconchones. ¿Por qué? Estando el dorado, la moldura, estando la luz… por qué una decisión así.

En las casas debe haber muchos libros y mucho dorado. Y el resto ya se irá construyendo solo. Como soy mayor, he visto de todo. Atrapasueños en el dormitorio, banderas del Ché Guevara en el salón, bailarinas de porcelana en todas partes. He visto a un E.T. a tamaño real en la entrada de casa y he visto bombillas sin lámpara colgando de algunos techos. Casas sin cortinas o estanterías llenas de cactus y por supuesto pisos donde un Halcón Milenario hecho de Lego era el gran efecto decorativo.

He visto rinocerontes plateados y he visto muchos, muchísimos, jardines zen en la entradita. Lámparas de aceite en el taquillón, neones con frases de autoayuda en el testero principal y el beso de Gustav Klimt por todas partes.

Pero lo que nunca falla es el color del oro. Si todo me sale bien en la vida, aspiro a un piso con techos altos, paredes blancas, pocos muebles y un brillo dorado en cada esquina. Y pasearme descalzo, en batín de seda y calzoncillo atigrado por sus estancias mientras bebo a sorbos una copa de Hennessy.

Porque los sueños deben ser excesivos y lo hortera no es un recurso decorativo, lo hortera es un estado de ánimo.

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