'Crónicas perplejas': “Mi primer recuerdo infantil es caminar de la mano de mi abuela”
Habla Antonio Agredano de los abuelos: cómo no quererlos. Cómo no necesitarlos. Y cómo no recordarlos
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".
Mi primer recuerdo infantil es caminar de la mano de mi abuela. Me llevaba con ella al mercado. Me enseñaba el nombre de los peces y me preguntaba el nombre de las frutas. Luego volvíamos a casa y yo me sentaba en un taburete en la cocina mientras ella preparaba el almuerzo.
Canturreaba copla. Abría el pescado con unas tijeras naranjas. Iba fregando los cacharros conforme los ensuciaba. Me besaba en la mejilla como a arrebatos. Me llamaba “mi ratón gigante”. Me gustaba su olor y su presencia.
Los veranos eran infinitos; pero sus días no lo fueron, aunque lo merecía. Porque la felicidad, por desgracia, es una gimnasia breve. Un parpadeo de la vida. Y el amor está lleno de adioses.
Donde los padres no llegan, llegan los abuelos. Mientras estoy delante de este micro, mis hijos desayunan en calzoncillos leche con cocalacao, tostadas y magdalenas en Córdoba, en el piso de sus abuelos.
Su refugio de agosto. También su hogar. “Si te digo la verdad, tus hijos no preguntan por ti”, me dice mi madre con cierto orgullo cuando la llamo para saber cómo están mis pequeños.
Y no me enfado. Me parece bien que su alegría sea completa allí. Que no me echen de menos sólo significa que sus días están llenos de juegos, de abrazos y de vida. Y que encuentran cariño y risas en aquella casa que también es la suya.
Todas las historias se repiten. Siempre la mano minúscula sujetada por la mano firme de un abuelo, de generación en generación.
La vida va muy rápida, los días son transparentes, pero estos afectos durarán para siempre. En nuestra memoria y en nuestro corazón. Hablábamos hoy de abuelos extraordinarios, y seguro que todos hemos pensado en los nuestros. En los que están y en los que ya se fueron.
En aquellos veranos a su lado. En su risa contagiosa. En su calor único. En su sabiduría calmada. Y sirvan estas palabras como agradecimiento a los padres de los padres, a esos que hacen la vida más fácil. Que ocupan un lugar insustituible en la existencia de sus nietos.
Su complicidad. Su ternura. Su generosidad. Y hasta sus caprichos a escondidas. Esos secretillos entre nietos y abuelos que los padres observamos haciéndonos los locos. Cómo no quererlos. Cómo no necesitarlos. Y cómo no recordarlos.
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