'Crónicas perplejas': "El tiempo pasa hasta para los pastelitos"

Recuerda Antonio Agredano los pastelitos y dulces que comíamos cuando éramos niños

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El recuerdo de Antonio Agredano a los pastelitos y dulces de la infancia

Antonio Agredano

Publicado el - Actualizado

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

El otro día los abuelos les compraron bollycaos a mis hijos. Cogí uno de aquellos dulces y dije: “Qué pequeños los hacen ahora”. A lo que mi padre respondió: “O eso, o que tú eres más grande y tienes el recuerdo de cuando eras así”, y puso su mano sobre la cabeza de su nieto pequeño.

El tiempo pasa hasta para los pastelitos. Recuerdo la pringue en la mochila, el olor de los phoskitos, las pegatinas llenas de aceite. Recuerdo el papel de estraza que envolvía a los triángulos en el instituto. Comerme la nocilla a cucharadas. Las palmeras de chocolate que mi madre nos traía algunas tardes. Los susos de crema, las sultanas, las milhojas, el pastel cordobés en mitad de la mesa cuando nos juntábamos toda la familia.

Pero sobre todo recuerdo aquella felicidad ingenua. Aquella niñez. No era solo el sabor, era la libertad de comerse un pastelito sin culpas, sin trascendencia, sin pensar en aceites de palma, kilos de más o alternativas crudiveganas.

Era maravillosa esa inconsciencia. Mis hijos comen más fruta de la que yo comía. Los pastelitos están dosificados en casa. Son un premio, una excepción. Si quieren algo dulce, les pongo miel a las fresas. Es mejor así, dicen los pediatras, dicen los nutricionistas. Hay que cuidarse. Son otros tiempos, hay que asumirlo. No pasa nada.

Pero de vez en cuando van a casa de los abuelos y abren la despensa y aparecen donuts y galletas Príncipe y batidos de chocolate y mis hijos lo celebran y van corriendo al salón a pegarse una merendola y, viéndolos allí, me veo a mí, de niño, con ese primer bocado crujiente y dulcísimo. Y recuerdo aquellos primeros placeres sencillos. Y Barrio Sésamo en la televisión. Y la espumita del Colacao. Y el no tener prisas.

Quién me iba a decir a mí de pequeño que hasta un bollycao iba a terminar siendo un camino para la nostalgia.

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