‘Crónicas perplejas’: “La única forma de disfrutar del dinero es no echándole mucha cuenta”

Habla Antonio Agredano de dinero, de los generosos y de los tacaños

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¿En qué invierte el dinero Antonio Agredano?: la respuesta en sus 'Crónicas perplejas'

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

Me he convertido en una de esas personas que ven en el Telediario una de esas máquinas de fabricar dinero y dicen: “Ay, si yo tuviera una de esas”. El dinero no da la felicidad, pero tampoco la quita. Siempre he sido muy desprendido con el dinero. Y no sabéis cuánto me arrepiento. Tenía un colega yo de joven, el Richi, que, o nunca llevaba suelto, o decía que las cosas iban mal en su casa. Pero se venía por ahí de jarana. No fallaba ni una noche. Y no pocas litronas le pagábamos entre todos, entre la pena y por evitar eso tan incómodo de beber nosotros mientras otro mira. Tenemos la misma edad. Hace no mucho me lo crucé por Córdoba. Yo en el Dacia azul marino con manivelas en las ventanas, él en un Audi azul turbo. El Richi ya tiene medio piso pagado. Yo acabaré la hipoteca, si la acabo, con setenta años. Aquí el más tonto hace relojes y le sobran piezas.

También les digo que cuanto mayor soy más claro tengo que la única forma de disfrutar del dinero es no echándole mucha cuenta. Pocas cosas más inquietantes que un gurrumino. De esos que, cuando hay que pagar una comida a escote, se ponen a contar los refrescos que se han bebido y las croquetas que se han comido. Que para hacer las reparticiones del dispendio sacan la calculadora, el ábaco y hasta el portátil con el Excel abierto.

En lo que sí que no perdono es en el trabajo. Ya me cansé de salarios emocionales y promesas futuras. De casa sólo salgo por jarana o para ganar unos eurillos. Están carísimos los macarrones y más caros aún los phoskitos. Por cierto, qué maravilla era ir al supermercado y que delante de ti en la caja te tocara una de esas señoras de los cupones de descuento. Tú con prisa y ella con los papelitos unidos con una gomilla y repasándolos uno a uno para ahorrarse unos centimillos. Ser tacaño requiere tesón. Es un talento que no deberíamos despreciar. La precisión que tienen, por ejemplo, para ir al baño justo cuando el camarero trae la cuenta y lo rápido que se borran de un plan cuando ven que el restaurante elegido es de los de raciones pequeñas y cuentas abultadas.

El dinero hay que invertirlo. Yo lo hago en vino bueno. Cuando me muera, la gente tendrá que decir que he pasado a peor vida. Porque me lo pienso llevar todo puesto. Vamos, que no me va a pasar eso que siempre dice mi madre cuando se muere un agarrado: “Míralo, ahí va, el más rico del cementerio”.

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