Todos los días, todos los santos de los días, Pepín recibe un mensaje en el móvil. Todas las mañanas. Durante 16 años, todos los días cuando se levanta, Pepín tiene y ha tenido en su WhatsApp un saludo de la misma persona. 40.000 mensajes contados, todas las mañanas. Claro, dirá usted que también a diario mantiene conversaciones con otros. Con su madre, con su marido, con su novia, con un primo que es muy seguío pa sus cosas, con algún amigo íntimo y cercano.

Pero claro, es que Pepín recibe todos los días un mensaje que, seguramente, no tendría por qué llegarle.

A 500 kilómetros, Andrés se levanta y escribe: “Buenos días, Pepín. Que pases un buen día y que hagas cosas especiales”. Y Pepe responde. “Muchas gracias, Sr. Vega, igualmente”. 16 años así, todos los días. “Buenos días, Pepín. Que tengas un bonito día lleno de vitalidad. Un abrazo desde Robledo de Chavela”. “Gracias, Sr. Vega. Que tu martes sea también muy especial”.

Andrés y Pepín trabajaron juntos durante 14 años en una empresa de rotulación en Madrid. Juntos se encargaron, por ejemplo, de los carteles de la Vuelta Ciclista, pero, cuando llegó la crisis inmobiliaria, el negocio no daba para más.

Así que Pepín, que era el jefe, decidió que era hora de volver a su pueblo. Hizo las maletas y montó un restaurante en Aracena. Hasta Huelva ha bajado dos veces Andrés, a abrazarse con Pepe, aunque el vínculo no pida tacto y piel para mantenerse como era, como estaba. Si alguno necesita algo del otro, ahí estarán, lo que sea, un empleo incluido, pero, mientras tanto, el saludo. Diario. Constante. De verdad. “Buenos días, Pepín”. “Lo mismo le digo, Sr. Vega”.

Quién tuviera un jefe, eh, que te respondiera amablemente, ¿verdad?