Luis del Val: "De la fiebre del oro a la fiebre de las tierras raras"

El periodista reflexiona sobre cómo la explotación de los recursos naturales ha cambiado a lo largo de la historia

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Luis del Val

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A lo mejor me paso, pero de las tierras raras estamos pasando a la fiebre del oro, ¿verdad? Casi casi. Mira, es que de la tierra surgen las rosas florecidas y las negras pizarras, los blandos tomates y las duras rocas de sílex, que, manipuladas y afiladas, se convirtieron en herramientas hace más de 45.000 años.

Esta tierra, debidamente labrada, produce espigas que convertiremos en blando pan, y, si nos adentramos hacia sus entrañas, encontramos minerales como el hierro, trozos de cinabrio que esconden ese raro metal que llamamos mercurio, con el que los niños de mi generación jugábamos peligrosamente cuando se rompían los termómetros, o un brillante resplandor amarillo al que llamamos oro y que todavía sigue siendo símbolo regulador de la riqueza.

Las superficies tratadas con mimo nos proporcionan verduras y frutas, y el subsuelo, penetrándolo con tozudez, nos permite encontrar materiales sin los cuales no es posible imaginar nuestra evolución. De la fiebre del oro hemos pasado a la fiebre de las tierras raras porque la demanda ha cambiado y ya no necesitamos extraer los bosques que se carbonizaron hace miles de años en un terremoto, porque nos calentamos por otros procedimientos y necesitamos esos nuevos productos para fabricar baterías que mantengan nuestros móviles, nuestros vehículos, nuestras pantallas y nuestros sistemas de navegación guiados por los satélites.

Esa tierra que antes era fuego y que todavía lo es en su núcleo interior, cuando toda la incandescencia y el agua no habían llegado y el aminoácido no había surgido como víspera lejana del ser humano. A la tierra de superficie la aman los campesinos y los seres sensibles que se emocionan con un paisaje. Al interior terrestre siempre nos hemos acercado por necesidad o por avaricia.

El oro del siglo XXI van a ser esos metales como el wolframio, el litio, y ya se han disparado los intereses, y cuando hay intereses hay gente que se aterroriza y gente que muere en una guerra. No hablamos de héroes, sino de dominio geoestratégico de dinero.

Y la tierra lo aguanta y lo soporta, y deja que de sus entrañas se sigan sacando metales y sigue ofreciendo los blandos y maravillosos pétalos de una rosa o la falsa nieve blanca del almendro convertida en flor de primavera.

Creo que la tierra sabe que vivirá mucho más que nosotros.

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