Diego Garrocho: "Los mejores líderes que he conocido han merecido el afecto y el reconocimiento de sus ciudadanos o en una empresa"

El profesor de Filosofía responde a la pregunta de si es mejor para un político ser temido o ser amado tras las últimas decisiones de Trump

Diego Garrocho
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Redacción digital

Madrid - Publicado el

2 min lectura

¿Para un político es mejor ser temido o ser amado? Pues esa pregunta es una pregunta muy vieja. Se la formuló Maquiavelo hace más de 500 años y la respondió en su célebre tratado El Príncipe. Hoy la cuestión vuelve a cobrar relevancia, ya que parece encajar con la estrategia que aparentemente ha decidido adoptar Donald Trump. Según sus seguidores, que me temo que cada vez son menos, el shock arancelario con el que el presidente de los Estados Unidos ha sacudido los mercados no sería más que una táctica para intimidar y, a partir del caos generado, negociar desde una posición de fuerza

El miedo siempre ha cumplido una función política y la administración del pánico ha sido tradicionalmente un mecanismo de control. Muchas de las tiranías, por ejemplo, se basan en la capacidad coercitiva e incluso en la amenaza. Sin embargo, no se puede ignorar que existen liderazgos que no dependen del miedo, sino del afecto y la admiración espontánea que solo consiguen los líderes más carismáticos. Para Maquiavelo lo ideal sería combinar el ser amado con el ser temido, pero si hubiera que elegir una de las dos opciones, el genio florentino se inclinaría por la segunda, por el miedo. 

El amor es un sentimiento voluble que depende de los demás, mientras que el temor puede ser infundido a través de los castigos. Desde esta lógica maquiavélica, la ventaja del temor es que su administración siempre estará en manos del gobernante, mientras que el amor depende de los ciudadanos. Eso sí, y esto es importante. Maquiavelo advierte que el miedo solo es útil si el gobernante no es odiado

Ser temido puede ser eficaz, pero un líder repudiado por su pueblo corre el riesgo de enfrentarse a conspiraciones y revueltas, y no sería, por lo tanto, una estrategia sencilla. Y no sé vosotros, pero a mí esta visión pragmática no acaba de convencerme. Los mejores líderes que yo he conocido, tanto en la política como en el ámbito laboral, han sido aquellos que, por su excelencia, han merecido el afecto y el reconocimiento de sus ciudadanos o en una empresa, de sus subordinados.

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