"El pacto PSOE-ERC pone en boca de la Generalitat lo de 'lo mío es solo mío y lo tuyo de los dos'"
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Cuando Pedro Sánchez regrese de sus vacaciones se va a encontrar con dos elefantes sentados en su despacho de La Moncloa. En realidad le aguarda una granja entera de animalitos de todo tipo, y eso sin contar los reptiles de la corrupción que afecta directamente a su mujer, a su hermano y a su partido. Pero ahora quiero centrarme en dos retos mayúsculos, que están pidiendo a gritos la talla del estadista que Pedro Sánchez está muy lejos de tener.
Me refiero a la inmigración, y me refiero a la financiación autonómica. Ambos desafíos han ido engordando en los últimos tiempos, uno por incuria y el otro por sumisión al separatismo. Y el caso es que ni la crisis migratoria ni la crisis territorial pueden resolverse con la llamada mayoría progresista que invistió a Sánchez el noviembre pasado.
Por la sencilla razón de que es la oposición, es el Partido Popular el que gobierna sobre casi el 70% del territorio nacional. Son sus comunidades las que tienen que atender a los migrantes que reciban y son sus comunidades las que deben obtener una financiación justa para eso, y para la educación, y para la sanidad. Y no puede haber una financiación justa si Salvador Illa está obligado a cumplir un pacto de concierto catalán que exime a Cataluña de sus deberes de solidaridad con el resto de regiones de España.
Como sabes, mañana Sánchez accederá por fin a verse en La Palma con el presidente canario Fernando Clavijo, que lleva meses clamando en el desierto mientras no paraban de llegar a las islas cayucos y pateras. El descontrol migratorio es ya el mayor fracaso de gestión del sanchismo. Una mezcla de incompetencia, falta de previsión e incoherencia ideológica que llevó a Sánchez de inaugurar su estancia en Moncloa con una acogida muy publicitada del barco Aquarius, a multiplicar las devoluciones en caliente que tanto reprochaba al PP cuando estaba en la oposición.
Marlaska ha convertido a Jorge Fernández Díaz en Gandhi. Y los viajes a los países emisores de migración no han surtido efecto ni siquiera cuando el presidente viajaba acompañado de doña Úrsula von der Leyen.
Ahora Pedro ha anunciado que volverá a subirse al avión para emprender una gira por África. Volverá a visitar Mauritania, Senegal y Gambia agitando fajos de billetes. Con unos maletines espera persuadir a gobiernos escasamente democráticos de que controlen el flujo de personas desesperadas o deseosas de mejorar sus perspectivas de futuro en Europa. Nada nos permite creer que esta vez la gira de Sánchez tendrá éxito, y que las mafias dejarán súbitamente de hacer su agosto -y su septiembre, y su octubre- con el tráfico de seres humanos. Ya conoces la definición clásica de locura: locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes.
En cuanto a la financiación autonómica, se trata de un juego de suma cero. No hay que ser de ciencias puras para comprender que si de la caja común se salen los que representan el 20% de la riqueza nacional, el resto va a tocar a menos. A mucho menos. Y si hay menos redistribución, hay menos médicos y menos profesores y menos servicios sociales. El concierto catalán que Sánchez ha concedido con tal de investir a Illa es muy fácil de explicar, por más que María Jesús Montero esté encontrando muchas dificultades expresivas para hacerlo.
El pacto que ha hecho presidente a Illa pone en boca de la Generalitat este discurso dirigido al resto de España: lo mío es solo mío y lo tuyo de los dos. Así de sencillo. Así de egoísta. Porque ellos lo valen. Porque son catalanes; es decir, distintos. Es decir, superiores.
Que Cataluña necesita un nuevo modelo de financiación no es ninguna mentira. Como lo necesita la Comunidad Valenciana, y Murcia, y Andalucía, y Asturias, y las dos Castillas. Por eso aquí no sirve la fórmula habitual de gobierno del sanchismo, que consiste en demonizar al centroderecha y cerrar todos los acuerdos con la extrema izquierda y el separatismo mientras se insulta a Feijóo y se intenta dividir al rival.
En un país gobernado por un estadista se abriría en septiembre una mesa de trabajo integrada por los dos partidos sistémicos para abordar de cara dos retos tan urgentes como la crisis migratoria y la financiación autonómica. Se negociaría con lealtad, fijando criterios claros y objetivos para la acogida de migrantes, para el aumento de los recursos destinados a atenderlos y para diseñar un modelo de redistribución multilateral del dinero de nuestros impuestos entre todos los territorios que forman España.
Eso es lo que haría un estadista. Pero para eso, claro, primero hay que creer que existe algo llamado España. Y algo llamado unidad nacional. Y algo llamado Constitución. Y algo llamado vergüenza.