Esto se llama cristianismo

Este fin de semana he participado en la vigésimo primera edición de Encuentro Madrid. Lo primero que me impresiona, siempre de nuevo, es el espectáculo del pueblo (ya con tres generaciones presentes) que sostiene cada año este “extraño” evento con una gratuidad, capacidad de juicio y entusiasmo que solo se explica por una experiencia de fe, razón y libertad, que se llama desde hace veinte siglos “cristianismo”. Podría decirse que allí se planta una tienda abierta a todos en la que se habla, se come, se discute, se canta, se disfruta de diversos espectáculos y, por supuesto, se ofrece una propuesta de vida. Frente al miedo y el escepticismo imperantes, este año se partía de una afirmación del médico japonés converso al cristianismo, Takashi Nagai: “estoy vivo aún, y creo que la trama de la vida es preciosa”. Esta frase la dijo en plena guerra chino-japonesa, y la confirmó más tarde, tras la explosión de la bomba atómica en Nagasaki. No es infrecuente que hoy nos encontremos con la negación teórica y práctica de esa provocadora afirmación.

La profesora Giovanna Parravicini, al hablar de la guerra que asola Ucrania, dijo que “la esperanza no puede dejarse al futuro y no se puede poner únicamente en una cierta idea de patria, ni siquiera en la paz u otros grandes valores, sino sólo en la conciencia de que hemos encontrado un amor más grande que el mal, capaz de transfigurar el mundo aquí y ahora”. El filósofo francés Fabrice Hadjadj mostró la paradoja de querer crear hombres inmortales para que luego se suiciden, y sostuvo que, “para crecer, la vida humana necesita exponerse, aceptar el sacrificio del don de sí misma, reconocer que está constituida por una trama en la que, a través de éxitos, pero también de desastres y persecuciones, tiene lugar la manifestación de su propio significado”. En su comunicado final, los organizadores del EM reconocen ese significado en Cristo presente en la vida de la Iglesia, y manifiestan su compromiso de seguir comunicándolo a mar abierto.