Un santo para que Venezuela no pierda la esperanza

Ayer el pueblo venezolano recibió con gran alegría la noticia de que el Papa Francisco, desde su habitación en el Hospital Gemelli de Roma, ha aprobado la canonización del doctor José Gregorio Hernández, conocido como “el médico del pueblo”. Como ha dicho la Conferencia Episcopal en una primera reacción, “desde su muerte en 1919 se ha convertido en icono para Venezuela y los fieles le rezan en busca de sanación”. De hecho, las calles y las casas están llenas de imágenes suyas y todos los venezolanos lo llevan en su corazón. En una época en la que no había asistencia sanitaria nacional, atendía gratuitamente a los pobres, pagaba de su bolsillo las medicinas y se las llevaba a los más necesitados. A su intensa caridad se unía una gran preparación: inauguró la cátedra de Bacteriología en la Universidad de Caracas, la primera de América Latina, e introdujo el uso del microscopio en su país. El Papa Francisco le ha definido como “un médico lleno de ciencia y de fe, que supo reconocer en los enfermos el rostro de Cristo y, como el Buen Samaritano, los ayudaba con caridad evangélica”.

Juan Carlos Bravo, obispo de Petare, barrio oriental de Caracas, recuerda que Hernández “fue también un hombre de paz cuando el mundo vivía la pesadilla de la Primera Guerra Mundial, y su vida también tiene mucho que ofrecer en el delicado momento que está atravesando ahora Venezuela, porque la paz se construye en la vida de cada día, realizando cada uno gestos de paz y asumiendo sus responsabilidades en las circunstancias en que se encuentre. Es un trabajo que compete a cada uno de nosotros”. En este momento en que la sociedad venezolana se ve tentada por la desesperanza, la Iglesia le muestra a uno de sus hijos más excelentes como modelo y como intercesor. Las circunstancias políticas y sociales tampoco eran favorables en su tiempo, pero José Gregorio mostró que la esperanza tiene otra fuente que nunca se seca. Y basándose en ella contribuyó a una vida buena para sus conciudadanos.