Minúscula pero preciosa
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Hoy quiero acercarme a la figura de quien será, el próximo 27 de agosto, el benjamín del colegio cardenalicio. El padre Giorgio Marengo es misionero de la Consolata y llegó a Mongolia en 2003 para servir a la pequeña comunidad católica, que cuenta hoy con 1.300 fieles en una población total de tres millones y medio de personas. Actualmente son ocho las parroquias establecidas en la inmensidad de la estepa mongola, atendidas por sesenta misioneros de diferentes nacionalidades y congregaciones. Por el momento sólo hay dos sacerdotes nativos de este país, en el que la Iglesia renació hace treinta años, coincidiendo con el establecimiento de relaciones diplomáticas con la Santa Sede.
El padre Marengo tiene 47 años. En agosto de 2020 fue ordenado obispo y asumió el legado del filipino Wenceslao Padilla, primer Prefecto apostólico de Ulán Bator y artífice del renacimiento de la Iglesia en este misterioso país. El sorprendente anuncio de su próxima creación como cardenal le ha llegado mientras se encontraba en Roma junto a una delegación de líderes budistas de Mongolia que se han entrevistado con el Papa. Su reacción ha sido de sorpresa y gratitud, porque entiende que el Papa ha querido realizar un gesto misionero que expresa su atención y cuidado hacia todas las pequeñas comunidades de fieles dispersas por el mundo, en aquellas tierras donde son un pequeño rebaño. Es hermoso escuchar cómo relata este joven misionero, próximo cardenal, la historia de su pequeña comunidad, en la que apenas hay miembros de tercera generación. No hay barreras geográficas, ni culturales, ni institucionales, que hayan impedido el arraigo de una fe sencilla y deseosa de crecer. Quizás el Papa haya escuchado emocionado este relato y, por eso, haya decidido introducir el inopinado nombre de Giorgio Marengo en la lista de nuevas birretas rojas.