El poder como servicio

José Luis Restán reflexiona sobre las palabras del Papa sobre la política

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El poder como servicio

José Luis Restán

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En la política italiana, el Presidente de la República ha jugado generalmente un papel de estabilizador, más aún, de referencia moral. Ese papel lo representa hoy Sergio Matarella, que ayer recibió de manos del papa Francisco el Premio Pablo VI “por su dedicación al bien común en un compromiso político inspirado en los valores cristianos y, al mismo tiempo, riguroso al servicio de las instituciones civiles". Con este motivo, Francisco recordó que “la política es la forma más alta de caridad” y se preguntó cómo es posible vivir la caridad dentro de las dinámicas políticas que bien conocemos. En el propio Evangelio encontramos una referencia a este problema cuando Jesús dice que, con frecuencia, los gobernantes de las naciones tienden a dominarlas y oprimirlas. Ya entonces advirtió a los suyos: “no será así entre vosotros”, y señaló el servicio como la mayor grandeza a la que podemos aspirar.

Eso es lo que Francisco quiso honrar ayer en un político que (sin canonizaciones, que no vienen al caso) muestra cada día cómo el poder puede entenderse como servicio. Por ejemplo, cuando Matarella renunció a su merecido reposo, ya planificado, para sumir un segundo mandato y evitar así una crisis institucional. El Papa se fijó en otra palabra que tantas veces vaciamos, responsabilidad, señalando que tendemos a “descargar en los demás la responsabilidad de la injusticia” olvidando que “cada uno participa en ella, y que es necesaria ante todo la conversión personal". Y advirtió de que hoy "es casi automático inculpar a los demás, mientras la pasión por el bien común se debilita".

Afortunadamente, en las sociedades democráticas no faltan reglas y estatutos, pero falta con frecuencia el compromiso personal que hace que todos eso no sea un mero decorado y que las instituciones estén vivas. La escena de ayer en el Vaticano refleja bien lo que es una laicidad abierta y revela cuánto puede aportar la sabiduría de la Iglesia (sin mezcla ni confusión) a la renovación de unas democracias a menudo mortecinas.

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