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La última batalla de Zen

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

En medio de tantas imágenes diarias puede pasarnos inadvertida la de un anciano algo encorvado, apoyado en su bastón, que entra en la sala de un tribunal en Hong Kong. Lleva colgada al cuello una modesta cruz, y en uno de sus dedos un anillo. Es el cardenal Joseph Zen, arzobispo emérito de la ciudad, que a sus 90 años debe afrontar la acusación de haber gestionado un fondo para ayudar a los detenidos tras las manifestaciones a favor de la democracia. “He perdido todas las batallas, pero estoy feliz”, confesaba recientemente. El cardenal Fernando Filoni, que le conoció cuando era provincial de los salesianos en Hong Kong, ha escrito una hermosa semblanza sobre Zen en la que le califica como un hombre de Dios que puede ser a veces destemplado, pero que siempre se mueve por el amor a Cristo. Un chino de pura cepa, hijo de una de las heroicas familias de Shanghái que afrontaron la dura represión japonesa durante la guerra, agudo e irónico, con una sonrisa que te conquista. "Algunos lo consideran un poco áspero", señala Filoni, pero “¿quién no lo sería, frente a las injusticias y ante la exigencia de libertad que todo auténtico sistema político y civil debería defender?”, se pregunta.

No hace falta compartir todos los puntos de vista del cardenal Zen. Basta reconocer que estamos ante un hombre íntegro y leal, un testigo de la fe comprometido con su pueblo, que nunca ha cedido a las presiones de acá o de allá. El cardenal Filoni concluye apasionadamente diciendo que “Hong Kong, China y la Iglesia tienen en Joseph Zen a un hijo devoto del que ninguno puede avergonzarse y, por eso, no debe ser condenado”. Ciertamente, no debe. Pero me vuelven a la mente sus palabras: “he perdido todas las batallas, pero estoy feliz”. En última instancia, sólo hay un juicio que cuenta.

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