Una carta única en la historia

“Mientras escribía, pensaba en las víctimas de los abusos; y delante de sus ojos tenía a Dios mismo”. Es lo que ha dicho el secretario de Benedicto XVI, Georg Gänswein, sobre la carta que el Papa emérito ha escrito para responder a las imputaciones de que habría encubierto a sacerdotes culpables de abusos sexuales durante su etapa como arzobispo de Múnich. Esta carta viene acompañada de un informe elaborado por un grupo de expertos que rebate punto por punto las acusaciones: ni hubo encubrimiento, ni en ningún caso mintió, como algunos se apresuraron a decir. Es preciso leer con detenimiento este informe, pero hoy quiero centrarme en su carta, única en la historia, porque creo que ningún Papa, hasta ahora, había abierto públicamente su corazón de este modo, frente a la Iglesia y frente al mundo, pero antes incluso, ante Dios.

Benedicto ha desmontado las acusaciones y, no obstante, ha pedido perdón de un modo que corta el aliento. Ya que ha tenido las más altas responsabilidades en la Iglesia, mayor es su dolor por los abusos y errores que se produjeron durante el tiempo de su misión. Él, que como Papa quiso mirar a los ojos a las víctimas en varias ocasiones, entiende que “cada caso de abuso sexual es terrible e irreparable”. Y por eso, sin que nadie le obligue, expresa a todas las víctimas su profunda vergüenza, su gran dolor y su sincera petición de perdón.

Joseph Ratzinger sabe que está muy cerca el momento de presentarse ante un Juez frente al que no caben subterfugios. Y sabe que llegará con manchas, como cualquier hijo de Adán. Pero también sabe que ese Juez imponente ha sido para él, durante toda su vida, el amigo y el hermano que se entregó en la cruz. Esa es la gracia inmensa de ser cristiano, que este hombre testimonia hasta su último suspiro.