"El ciudadano israelí vive con la posibilidad de recibir un cohete o un misil en cualquier lugar a cualquier hora"

El codirector de 'Mediodía COPE' habla así del ataqué iraní contra Israel

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Imagina que estás saliendo del curro, camino ya de tu casa para cenar con tu familia, y de pronto oyes este sonido en plena calle.

Al mismo tiempo tu móvil se pone a pitar. Miras la pantalla y lees este mensaje: “Alerta de emergencia. Ingrese inmediatamente en un espacio protegido y permanezca allí hasta recibir un nuevo mensaje”. Esta escena no está sacada de una película: en Israel hace tiempo que es puro costumbrismo. Es lo que vivieron ayer millones de israelíes en cuanto los misiles balísticos de Irán fueron detectados por las defensas de Israel. 

El ciudadano israelí vive con la posibilidad de recibir un cohete o un misil en cualquier lugar a cualquier hora. Hace un servicio militar obligatorio de 32 meses si es hombre y de 24 meses si es mujer. Y cada casa cuenta con un refugio antimisiles tan naturalizado como si fuera el cuarto de la plancha. Es lo que tiene pertenecer a un país odiado por vecinos que no reconocen tu existencia y que desean echarte al mar.

Pero a pesar de la familiaridad de cada ciudadano israelí con la amenaza constante, ninguno se acostumbra. No es posible acostumbrarse a una escena como la que vimos ayer, con casi 200 misiles lanzados por el enemigo iluminando el cielo oscuro, trazando una parábola que apunta a tu propio barrio. 

Supongo que al ver eso te pones a rezar para que la cúpula de hierro funcione también esta vez. Ya sabes, ese sistema de defensa antiaérea que es la única razón -esa y las alertas para meterse en los refugios- de que anoche no se contabilizara una masacre en todo el territorio israelí. La cúpula volvió a funcionar, pero algunos misiles lograron impactar en Tel Aviv y en otros lugares. 

No mataron a nadie salvo a un palestino: qué triste ironía. Y qué ironía también que no fueran los misiles, sino las pistolas de dos palestinos las que se cobraran siete vidas israelíes en un ataque en una parada de metro.

Netanyahu ha prometido una respuesta contundente, y tenemos motivos para creer que no va de farol. El régimen de los ayatolás conoce la superioridad militar de su enemigo, así que la lluvia de misiles solo se explica para intentar demostrar fuerza ante su propia población y ante los alicaídos proxys de Hamas y Hizbolá, grupos terroristas que Israel ya ha descabezado. Pero ahora estamos en plena escalada, que podría desembocar en una guerra abierta ya no entre esos proxys o marionetas iraníes sino entre los dos Estados más poderosos de Oriente Próximo: Israel e Irán. 

Netanyahu aspira a remodelar por la fuerza toda la zona para imponer una paz duradera, tratando de que la población civil que paga las consecuencias se revuelva contra sus propios líderes en Líbano y en Irán, donde los iraníes -y sobre todo las iraníes- empiezan a hartarse de seguir gobernados por clérigos fanáticos salidos del Medievo, con perdón del Medievo.

No sabemos qué dimensión alcanzará esta guerra. Pero Margarita Robles ya ha fletado dos aviones militares para evacuar españoles de allí. Y Albares ha anunciado hoy que nuestros 650 militares, que se encuentran refugiados en búnkeres en una zona bombardeada del sur del Líbano, de momento no serán repatriados. El ministro sostiene que su misión sigue teniendo sentido. Esa misión en origen tenía dos objetivos: la interposición para evitar el conflicto y el socorro a la población civil. Ya es tarde para lograr el primer objetivo. Israel acaba de declarar al secretario general de la ONU “persona non grata”. Así que veremos hasta qué punto la ONU está dispuesta a exponer a sus cascos azules, entre ellos centenares de soldados españoles, sobre un campo de batalla.

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