El Sínodo y la profecía de los 70

José Luis Restán reflexiona sobre la decisión del Papa de que en la fase final del Sínodo puedan participar mujeres y laicos

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El Sínodo y la profecía de los 70

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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Cuando ayer se hizo pública la decisión del Papa de que en la próxima asamblea del Sínodo de los Obispos participarán 70 personas que serán miembros del pueblo de Dios no obispos, o sea, laicos, religiosos y sacerdotes, el cardenal Hollerich, relator del Sínodo, se aprestó a desmentir que esta fuese una “revolución”, como la presentan hoy muchos medios. La verdad es que la “palabrita” no es adecuada para describir el camino de la Iglesia, en el que hay profundización y cambios, sí, que nacen desde su interior, pero no ruptura más o menos abrupta como sugiere el término revolución.

Esas 70 personas, de las que la mitad serán mujeres, las elegirá el Papa de una lista de participantes en las sesiones continentales que se han venido celebrando previamente a la Asamblea de octubre, y tendrán derecho a voto. Se tendrá en cuenta su cultura, su prudencia, su conocimiento de la temática y de la mecánica del Sínodo, y por encima de todo, creo entender, su experiencia de fe y su pertenencia eclesial. Como ayer se repitió una vez más, pero a algunos no les termina de entrar en la cabeza, el Sínodo no es un Parlamento donde juegan mayorías y minorías de izquierda y derecha, o donde se confronten dialécticamente clérigos y laicos. El Sínodo es ponernos en marcha juntos a la escucha del Espíritu Santo, que es el que da a la Iglesia su forma, el que regala sus dones para que crezca y lleve adelante su misión.

Se trata, como explicaron ayer los cardenales Hollerich y Grech, de un diálogo vivo entre la profecía del Pueblo de Dios y el discernimiento de los Pastores. Un diálogo que, con diversos instrumentos, ha existido siempre a lo largo de la historia. Bienvenido sea este paso que el Papa ha decidido a la luz de las exigencias para la misión de este momento histórico, un paso que requiere seriedad y profundización en la conciencia eclesial. Sus frutos dependerán de que haya profetas en el Pueblo de Dios y de la sabiduría del discernimiento confiado a los obispos. Eso es lo que tenemos que pedir al Espíritu Santo desde ahora.

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