Carta del arzobispo de Burgos: «Corpus Christi: don de Cristo para la vida del mundo»

En esta solemnidad, Mario Iceta invita a poner nombre y rostro a los más débiles, quienes son, como explica el prelado, sacramento de Cristo

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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La Eucaristía es el corazón de la Iglesia, la que da sentido a su nombre, a su sangre, a su cuerpo. Cristo, en su Humanidad doliente, resucitada y glorificada, se hace presencia viva y real en el Santísimo Sacramento. Él, escondido en el Pan de Vida, infunde sentido, anhelo y plenitud a cada una de nuestras pobrezas.

Hoy, en el día del Corpus Christi, la Belleza se viste de fragilidad y toda la grandeza de Dios –presente bajo la apariencia de pan vulnerable, pequeño y quebradizo– desborda su amor hasta los confines de la tierra.

Jesús «se hace frágil como el pan que se rompe y se desmigaja», afirmaba el Papa Francisco durante la celebración del Corpus. Porque precisamente ahí radica su fuerza: «En la Eucaristía la fragilidad es fuerza; fuerza del amor que se hace pequeño para ser acogido y no temido; fuerza del amor que se parte y se divide para alimentar y dar vida; fuerza del amor que se fragmenta para reunirnos en la unidad».

Solo Dios puede hacer, de lo más roto, lo más bello. Porque Él mismo se rompe, se hace pan para entrar en nuestro cuerpo y, así, unirse para siempre a nuestra vida. Y hasta nos deja verle, y tocarle, y comerle hasta saciar todas nuestras ansias de Amor.

El Señor, presente en la Eucaristía con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, transforma nuestro ser en cada comunión, impregnando lo más hondo de nuestro ser, esculpiendo ternura en nuestra fragilidad para llevarla a la eternidad. Ahí, a un paso de la Vida, se encarna a todo cuanto nos alegra, nos apasiona, o nos inquieta: «No vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20).

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Carta del arzobispo de Burgos: «Corpus Christi: don de Cristo para la vida del mundo»

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Recuerdo a san Agustín, quien animaba a reconocer en el Pan «lo que pendió de la Cruz» y en el Cáliz «lo que manó del Costado». Y así lo veo en los más necesitados de ese Amor incorruptible, habitado y encarnado. Como lo veía –y sentía– santa Teresa de Jesús: «Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que estaba en el Santísimo Sacramento, los cabellos se me espeluzaban, y toda parecía me aniquilaba» (Vida 38, 19).

Hoy, día de la Caridad, también hemos de poner nombre y rostro a los más débiles: quienes son, inevitablemente, sacramento de Cristo. El Evangelio es claro en esta tarea de ser y comunicar esa esperanza que da sentido a la fuerza del amor que todo lo cambia: «Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está y camina en las tinieblas» (1 Jn 2, 10-11).

Desde Cáritas, con el lema Tú tienes mucho que ver. Somos oportunidad, Somos esperanza, nos invitan a «tomar parte en la vida social que compartimos creyentes y no creyentes», para «abrir nuestra mente y reenfocar la mirada», para «ver juntos esa otra realidad del mundo de la que formamos parte»: la de muchas personas que no pueden acceder a los mismos derechos, los que viven en desventaja por muchas razones, los que moran en la tristeza, la soledad y la pobreza.

En esta Iglesia que camina en Burgos, desde Cáritas se han atendido a casi 7.000 familias en 2022, se ha resaltado la dimensión universal de la caridad o se ha capacitado para el empleo, con la esperanza como seña distintiva de su labor. Su trabajo incansable como testigos y discípulos de Cristo es, sin duda alguna, sal, levadura y luz de la Iglesia. Damos gracias por su preciosa e impagable labor.

Cuánto bien hace la Eucaristía en los enfermos y personas mayores, particularmente en aquellos que esperan con todas sus fuerzas el abrazo definitivo de Dios o en quienes buscan de manera incansable satisfacer esa semilla de plenitud que permanece magullada en el umbral de la esperanza.

Le pedimos a la Virgen María, que sepamos acoger en nuestra vida el don de la Eucaristía y miremos al estilo de Jesús con cada gesto, cada palabra y cada acción. Seamos, para el mundo, su Cuerpo y su Sangre, porque «el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él» (Jn 6, 56).

Con gran afecto os deseo un feliz día del Corpus Christi.

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