Carta del arzobispo de Tarragona: «Cuando soy débil entonces soy fuerte»

Ante la cultura de la muerte imperante en la actualidad, Joan Planellas nos invita en su carta de esta semana a madurar como sociedad para que nadie se sienta descartado

joanplanellas

Redacción digital

Madrid - Publicado el

3 min lectura

Estimadas y estimados. Nuestra sociedad ensalza desmesuradamente la utilidad y la funcionalidad. Hay como una necesidad de sentirnos jóvenes, sanos, inteligentes. Más bien se educa para ganar, para triunfar. Y es que a nuestro mundo occidental le cuesta mucho asumir todo lo que percibe como sinónimo de debilidad, de impotencia, de vulnerabilidad. Todo aquello que denota un deterioro de capacidades físicas o cognitivas es entendido única y exclusivamente como negativo. Por eso, muchas veces no sabemos cómo afrontar la vejez, la enfermedad. Muy a menudo el enfermo, el anciano, experimenta que es un peso para los demás y eso le hace sufrir aún más.

Es normal que nadie quiera ser una molestia para nadie, que piense en los demás antes que en uno mismo. Pero aquí la cuestión es que debemos madurar como sociedad de modo que nadie se sienta descartado, que no se sienta una carga, sino que todos juntos aprendamos a disfrutar de la persona que tenemos al lado: de la persona, no de sus circunstancias.

Una mirada atenta a la dignidad humana no puede discriminar por razón de edad o utilidad. ¿O es que seguimos perpetuando el absurdo pensamiento que se es según lo que se tiene? Debemos ir al fondo de cada realidad, debemos aprender a respetar y venerar a todos, no porque nos salga una conmiseración, sino porque queremos ver más allá de las apariencias, queremos mirar directamente al corazón. Además, la vulnerabilidad se puede vivir como escuela de vida. Nos hace ser conscientes de nuestra pequeñez, no por despreciarnos, sino por conocer nuestros límites y por entender que todos somos seres necesitados. Esta realidad nos hace capaces de sentir que nuestro vacío puede ser llenado por el Amor. Así lo experimentó San Pablo, cuando quería deshacerse de un aguijón que le atormentaba, probablemente físico: «He pedido tres veces al Señor que me libere, pero él me ha dado esta respuesta: “Tienes suficiente con mi gracia. En tu debilidad actúa mi poder”. Por eso me gloriaré sobre todo de mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo» (2Co 12,8-9). La vulnerabilidad abre sus puertas a la confianza.

Entonces el mayor regalo que podemos ofrecer es dejarnos amar y servir. Muchas veces no nos resulta fácil, acostumbrados como estamos a valernos de las propias fuerzas. ¡Pero qué bonito cuando uno se hace disponible, con agradecimiento y dulzura, al servicio de los demás! ¡Qué bonito permitir que un familiar, un amigo, dedique su tiempo a amar! Aprendemos unos a ser humildes y los otros a cuidar delicadamente. Pero, por encima de todo, aprendemos a lavarnos los pies unos a otros, signo de caridad fraterna.

El que sufre, el que pierde fuerzas no es el único que necesita de los demás. Las personas de su alrededor, sabiéndolo o no, están sedientas de su vivencia, de su capacidad de ver los acontecimientos desde otra perspectiva. Cuántos testigos podemos encontrar de personas que están en camas de hospitales o a las puertas de la muerte, y que transmiten la contemplación que viven, su amor por los demás con multitudes de detalles y su ofrecimiento a Dios.

Vuestro,

+ Joan Planellas i Barnosell

Arzobispo de Tarragona