Carta del obispo de Astorga: «En la vejez, seguirán dando frutos»
Jesús Fernández invita a celebrar la Jornada de los abuelos y personas mayores, que la Iglesia celebra el próximo domingo
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El domingo 24 de julio, la Iglesia celebra el Día de los Abuelos, una jornada que coincide con la onomástica de los padres de La Virgen María y abuelos de Jesús, San Joaquín y Santa Ana. Hace 24 años, la ONG Mensajeros de la Paz que preside el P. Ángel García dio comienzo a la celebración que se ha ido implantando en todo el orbe católico.
El lema que el Papa Francisco nos propone para este año está tomado del Salmo 92: “En la vejez, seguirá dando fruto”. Su eco descriptivo da cuenta de algo que contemplamos cada día: abuelos que pasean a sus nietos cogidos de la mano, abuelas que los llevan a las celebraciones religiosas, abuelos que les enseñan a pescar, abuelas que les dan nociones elementales de cocina…
Estas evidencias contrastan sin embargo con el mundo actual que -como denuncia el Papa Francisco en el Mensaje de la campaña de este año- tiende a pensar que la ancianidad es “una especie de enfermedad con la que es mejor no entrar en contacto”. Estamos ante una cultura del descarte que valora especialmente el bienestar, la eficiencia y la rentabilidad y que, haciéndonos sentir fuertes y autosuficientes, nos llega a convencer de que podemos prescindir sin problema de ellos y de su patrimonio de experiencia y de vida.
La filósofa Adela Cortina denuncia también esta cultura del descarte apadrinada por corrientes ideológicas radicales: “Los ancianos son un lastre. Es lo que han dicho siempre los fascismos y los comunismos… Su obligación es apartarse y desaparecer… Y se nos olvida que en España a los nietos los han criado los abuelos… Y que en la crisis de 2008 fue la pensión de los abuelos la que sostuvo a las familias”.
Ciertamente, la ancianidad no es una estación fácil de comprender y que, aunque viene anunciada de lejos, siempre nos pilla por sorpresa y sin la debida preparación. Las sociedades avanzadas ofrecen planes de asistencia y dedican mucho dinero a la atención en estas edades, pero “no ayudan a interpretarla” ni ofrecen “planes de existencia”. Sin duda, el cauce motivacional para vivir, disminuye con el cese de la actividad laboral, la independencia de los hijos, la disminución de las fuerzas, la aparición de las primeras enfermedades crónicas. Ante esta situación, queridos ancianos, dejad que resuene en vuestro interior la voz del salmista que, confiado en la palabra del Señor y en la fuerza del Espíritu Santo, os asegura que los frutos no tienen por qué desaparecer con el paso de los años.
La ancianidad no es una condena ni un tiempo inútil, sino una bendición si se mantienen activos, también en el campo espiritual, cultivando la vida interior con la escucha de la Palabra, los sacramentos, la oración diaria; si cuidan también las relaciones con los demás, sobre todo con la familia y las personas necesitadas; si, en este contexto de fragmentación social y ruptura intergeneracional, protegen al mundo desde una conciencia clara de que “no nos salvamos solos, la felicidad es un pan que se come juntos”. Por favor, no dejen tampoco que a la generación más joven le roben la ternura, enséñenles a orar. Finalmente, no dejen que ningún anciano pase solo todo este día. La visita a los ancianos es una obra de misericordia que todos podemos realizar. Que así sea.
+ Jesús Fernández González
Obispo de Astorga