Carta del obispo de Coria-Cáceres para la Pascua

Jesús Pulido reflexiona sobre este tiempo de Pascua y el encuentro de Jesús resucitado a través de los sacramentos

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Estamos en tiempo de pascua en el que muchos niños tomarán la primera comunión y muchos jóvenes serán confirmados.

En la liturgia de la Iglesia, recordamos aquellos 40 días en que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar. Y verdaderamente lo necesitaban. Estaban perdidos y desconcertados tras la muerte en cruz del Maestro. Pensaban que iba a ser un rey, con un reino poderoso. Y, cuando lo enterraron, sepultaron también sus expectativas.

Algunos se volvieron a sus pueblos de origen, a sus casas, a sus trabajos de antes, como si los tres años pasados con Jesús hubieran sido en vano, una ilusión, un espejismo, un paréntesis en su vida, y ahora se dieran de bruces con la dura realidad. Los de Emaús eran de este grupo de discípulos decepcionados: “Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel…” (Lc 24, 21).

Otros en cambio, se habían quedado en Jerusalén, paralizados, sin saber cómo reaccionar, llenos de miedos, con las puertas cerradas no fuera a ser que los judíos se metiesen también con ellos.

A los cristianos de hoy nos pasa un poco como a aquellos primeros discípulos: algunos abandonan las iglesias, quizás decepcionados por tantas esperanzas frustradas por el pecado, y otros nos quedamos dentro con un cierto miedo a lo que nos pueda venir de fuera. También hoy en día necesitamos las apariciones de Jesús Resucitado para volver a llamar a los dispersados y fortalecer a los abatidos.

Quizás pensamos que los discípulos de entonces lo tenían más fácil que nosotros porque pudieron ver a Jesús vivo y nosotros no. Sin embargo, aunque lo tenían delante, no lo reconocían, su mente negaba lo que veían los ojos: había muerto pocos días antes y ellos mismos lo habían sepultado. Al rico Epulón cuando pedía que Lázaro fuese a avisar a sus hermanos, nuestro padre Abrahán le respondió: “Ni aunque un muerto resucite… se convencerán” (Lc 16,31). También en nuestros días, por más que intentamos convencer con palabras, por más argumentos que damos para creer en Jesús, no logramos vencer la barrera de la mente humana.

¿Cómo consiguió Jesús reunir a sus discípulos y levantar su ánimo? El tiempo pascual es el tiempo de los sacramentos, que nos permiten participar en la resurrección de Jesús, más que comprenderla. A los discípulos de Emaús “se les abrieron los ojos y lo reconocieron” al partir el pan (Lc 24,31). Y a los que estaban cerrados, Jesús les comunicó el Espíritu Santo para infundirles valentía.

La Eucaristía es un sacramento: es Cristo resucitado el que se hace presente entre nosotros y nos hace partícipes del banquete del cielo para comunicarnos su vida divina: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día… habita en mí y yo en él” (Jn 6,54.56). Y la vida nueva de Cristo Resucitado nos llega “por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros” (Tit 3,4-7).

La vida de la fe es un don que Jesús nos da con su Espíritu: “El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rom 8,16). La comunidad cristiana se caracterizó desde el principio por un nuevo tipo de vida no guiado por el egoísmo sino por el amor mutuo. Con el Espíritu Santo recibimos también la capacidad de perdonar, de vivir de un modo diferente: poniendo la otra mejilla, devolviendo bien por mal, rezando por los enemigos… Es el distintivo del cristiano, lo extraordinario.

Si tenemos experiencia de la resurrección por medio de los sacramentos, del agua y de la sangre, del bautismo y la eucaristía, seremos “testigos de vista” de la acción de Dios en nosotros como aquellos primeros apóstoles. A veces nos da vergüenza, tenemos miedo, de hablar de la fe, incluso de presentarnos como cristianos. El Espíritu Santo nos da fuerza para salir de nosotros mismos a proclamar lo que hemos visto y oído.

Jesús resucitó como primogénito de muchos hermanos. En el tiempo pascual, estamos llamados a participar más frecuente y activamente en los sacramentos para participar de su resurrección. En nuestras familias, en nuestras parroquias o en nuestros pueblos y ciudades, estos días acompañaremos a muchos niños en sus primeras comuniones y a muchos jóvenes en sus confirmaciones. Que renovemos todos la frescura y la intensidad de la primera vez que recibimos a Jesús y a su Espíritu Santo.

Con mi bendición.

+ Jesús Pulido Arriero

Obispo de Coria-Cáceres