Carta del obispo de Huesca y Jaca: «Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones»

julianruizmartorell

Redacción digital

Madrid - Publicado el

2 min lectura

“Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que, quienes hemos conocido, por el anuncio del ángel, la encarnación de Cristo, tu Hijo, lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección”. Con esta oración colecta del IV Domingo de Adviento, se nos abre un horizonte de esperanza y se vive anticipadamente el contenido genuinamente cristiano de los acontecimientos que nos disponemos a celebrar.

Anuncio, encarnación, pasión, cruz, resurrección, forman una unidad que ha de ser contemplada, vivida y celebrada con la ayuda de la gracia del Señor, que suplicamos sea derramada en nuestros corazones.

Hay algunas personas que se acercan a nuestra fe sorprendidas y fascinadas por el misterio del Dios que se hace hombre. Es algo tan inédito, tan sobrecogedor, que les lleva a decir: si esto es verdad, quiero participar.

El 20 de septiembre de 1978, el beato Juan Pablo I dijo que la esperanza “es obligatoria para todo cristiano”. Y añadía: “He dicho que la esperanza es obligatoria; pero no por ello es fea o dura. Más aún, quien la vive, viaja en un clima de confianza y abandono, pudiendo decir con el salmista: "Señor, tú eres mi roca, mi escudo, mi fortaleza, mi refugio, mi lámpara, mi pastor, mi salvación. Aunque se enfrentara a mí todo un ejército, no temerá mi corazón; y si se levanta contra mí una batalla, aun entonces estaré confiado"”.

Juan Pablo I seguía diciendo que en los salmos se reconoce que las cosas no siempre salen bien y que “los malos son muchas veces afortunados y los buenos oprimidos”. Pero el salmista “conservó la esperanza, firme e inquebrantable”.

Según Juan Pablo I, esto es posible “porque nos agarramos a tres verdades: Dios es omnipotente, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a las promesas. Y es Él, el Dios de la misericordia, quien enciende en mí la confianza; gracias a Él no me siento solo, ni inútil, ni abandonado, sino comprometido en un destino de salvación, que desembocará un día en el Paraíso”.

Y citaba: “Dante, en su Paraíso (cantos 24, 25 y 26) imaginó que se presentaba a un examen de cristianismo. El tribunal era de altos vuelos. "¿Tienes fe?", le pregunta, en primer lugar, San Pedro. "¿Tienes esperanza?", continúa Santiago. "¿Tienes caridad?", termina San Juan. "Sí, -responde Dante- tengo fe, esperanza y caridad". Lo demuestra y pasa el examen con la máxima calificación”.

Escribe el Papa Francisco: “Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo” (Christus vivit, 1).

+ Julián Ruiz Martorell

Obispo de Huesca y Jaca