Carta del obispo de Segovia: «Los niños de Turégano»
En su escrito de esta semana, César Franco relata la experiencia de su visita pastoral a Turégano, donde se encontro con niños estudiantes de Religión
Madrid - Publicado el
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En la visita pastoral de Turégano he visitado a los niños que estudian Religión en el colegio. Ha sido un encuentro muy gratificante. La espontaneidad de los niños y su libertad para preguntar y exponer sus sentimientos me recordó el dicho de Jesús: de los que se hacen como niños es el reino de los cielos.
El encuentro reunió a pequeños y mayores, lo que me exigió adaptarme a todos. Salí como pude del apuro a base de dar la palabra a unos y otros para satisfacer sus curiosidades. Me agradó comprobar que, cada uno según su capacidad, estaban contentos con estudiar la Religión y demostraron que sabían, no sólo por el conocimiento de la vida de Cristo, sino porque me confesaron que la Religión les hacía ser mejores personas y buenos cristianos. La cara de la profesora de Religión estaba radiante de satisfacción. Incluso algunos de los mayores me plantearon preguntas de calado teológico: ¿De dónde viene el diablo? ¿Por qué Adán y Eva comieron la manzana? Les expliqué el origen del mal, la existencia de los ángeles, la prueba a que les sometió Dios y, naturalmente, la desobediencia de nuestros primeros padres, y la esencia del pecado como oposición a Dios. También les dije, como es obvio, que Cristo ha vencido el mal y que, si escuchamos su palabra y la acogemos en nuestro corazón, no debemos temer al diablo, pues lo venceremos. Como he dicho, fue una experiencia gratificante y una prueba más de que la Religión, cuando se explica bien —por padres, catequistas, profesores, sacerdotes— no solo aumenta el saber, sino que ayuda al crecimiento integral de la persona.
Los niños, además, están abiertos al conocimiento de todos los ámbitos de la vida humana. Son hombres en ciernes a los que hay que abrir el horizonte de la mente a la verdad sobre Dios, el mundo y el hombre. Es posible que muchas cosas de las que escuchan y estudian no las comprendan la primera vez, pero como decía Eugenio D´Ors, «estas cosas trabajan los dentros y llega un día en que el provecho se encuentra»; y añade esta sabia consideración: «la palabra espíritu te la he de repetir mucho. Y tú me preguntarás, tal vez, qué cosa sea. Tú no lo puedes saber de fijo, y creo que yo tampoco. Pero bien está que hablemos de ello siempre. Que, si nosotros no le entendemos, él, el espíritu, a nosotros si nos entiende, y nos da mejor disposición a entendernos los unos a los otros y, por consiguiente, a hacernos mejores».
Esta descripción del aprendizaje como un avanzar de lo desconocido e insondable hacia la posesión de la verdad no se puede realizar sin la apertura al espíritu que habita en el hombre, que nos permite comprender lo plenamente humano. En mi encuentro con los niños, yo no hablé apenas del espíritu, pero era consciente de que ellos sí estaban abiertos a él, quizás sin saberlo, porque su deseo de conocer, su curiosidad innata reflejaba la aspiración del hombre a llenar su espacio interior del conocimiento. No vivimos tiempos en que la palabra «espíritu» sea la más usada en el lenguaje ordinario. No digamos nada si del espíritu humano damos un salto al Espíritu de Dios. Entonces nos adentramos aún más en la espesura de un bosque casi impenetrable. Precisamente por eso, es una aventura aún más apasionante, pues, como dice san Pablo, el Espíritu de Dios «da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Rom 8,16). ¿No es apasionante saber que Dios se dirige a nuestro espíritu para comunicarnos la verdad más inefable de la vida, la más confortadora y gozosa? En mi encuentro con los niños percibí que Dios les hablaba, se comunicaba con ellos, les reafirmaba sus intuiciones. Por eso, a ellos y a su profesora, desde aquí les doy las gracias.
+ César Franco
Obispo de Segovia