Carta del obispo de Segovia: «Seréis mis testigos. Domund 2022»
Ante la Jornada Mundial por las Misiones, César Franco nos recuerda que los confines de la tierra no son solo los geográficos, sino los psicológicos y morales, entre otros
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Un año más celebramos la Jornada Mundial del Domund. La Iglesia vive su identidad proyectada a los pueblos, las gentes y las personas que aún no conocen a Cristo, Redentor del hombre. Misión es el ser de la Iglesia desde que Cristo la fundó para lanzarla al mundo como testigo de su presencia.
En su mensaje para esta jornada el Papa Francisco nos ha recordado tres notas características de los discípulos de Cristo que, por naturaleza, son misioneros.
La primera es el carácter de testigo. «La esencia de la misión —recuerda el Papa— es dar testimonio de Cristo, es decir, de su vida, pasión, muerte y resurrección, por amor al Padre y a la humanidad». Con mucha frecuencia pensamos que la misión es «hacer». Y ciertamente, el misionero hace muchas cosas. Pero no servirán de nada si no trasparentan a Cristo, es decir, si la vida del misionero no remite a Cristo por la identificación con él. Ser testigo de Cristo significa que el misionero se deja trasformar por la persona que anuncia: el Hijo de Dios nacido en nuestra carne. Cuando esto se hace visible, la misión está asegurada. El misionero no se refiere a sí mismo, ni se anuncia como líder o dirigente de una tarea que se da a sí mismo. El misionero se remite a Cristo y anuncia el misterio de su persona.
Otra característica del discípulo de Cristo es la de no poner límites a su misión. «Hasta los confines de la tierra» debe llegar el evangelio de Cristo. Nunca dejará de haber misión por la sencilla razón de que siempre habrá gente que desconozca a Cristo. Nuestro mundo no es solo un mundo secularizado, sino que se ha convertido en un mundo idólatra. Reinan los ídolos: el poder, el dinero, la fama, la autosatisfacción, el placer. Para reconocer a Dios deben caer los ídolos. Para ello es preciso denunciar la falsedad, vanidad e inconsistencia de los ídolos como hacían los profetas y los sabios de Israel. Moisés lanzó las tablas de la alianza sobre el becerro de oro. El Evangelio es el único poder que puede acabar con los ídolos. Los confines de la tierra no son solo los geográficos, sino los sicológicos, morales, culturales, políticos donde el hombre establece su dominio. Hay que llegar a esos confines como llegó Pablo a Atenas y anunciar al verdadero Dios de modo que el hombre, liberado de la esclavitud de los ídolos, pueda vivir en la libertad evangélica y adorar al único Dios verdadero.
Por último, el Papa nos recuerda que contamos con la fuerza del Espíritu Santo para hacernos capaces de vivir y hablar al estilo de Cristo. El Espíritu del Señor está sobre mí, dijo Cristo y dice el cristiano unido a él. Es verdad que la misión necesita recursos, ayudas económicas, medios materiales. Sin estos apoyos difícilmente podemos emprender obras de caridad y de desarrollo integral del hombre. Pero nada de esto es tan necesario como el Espíritu que nos capacita para vencer miedos, superar escepticismos y vencer resistencias egoístas. Es preciso reconocer la importancia del Espíritu en la vida de la iglesia y del creyente.
María es modelo del discípulo misionero de Cristo. Fue siempre testigo inconfundible de su Hijo. No hizo cosas llamativas, pero nos dejó el Magníficat como testimonio de la grandeza y belleza de su alma. Vivió junto a Cristo la expansión del Evangelio y aglutinó a los apóstoles en Pentecostés mediante la oración y la docilidad al Espíritu. Nadie como ella puede enseñarnos el secreto de la misión y la fuerza renovadora de la obediencia a los planes de Dios. Que ella nos enseñé a decir sí y a vivir la fe con la humildad de los siervos que dejan al Señor todo el espacio de su vida para realizar la renovación de este mundo.
+ César Franco
Obispo de Segovia