Carta del obispo de Segovia: «¡Vanidad de Vanidades!»
César Franco reflexiona sobre el evangelio dominical y nos recuerda que «el magisterio de Jesús es edificante en el sentido más noble de la palabra»
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Los libros sapienciales de la Biblia han acumulado la sabiduría de Israel a lo largo de los siglos y forman un corpus literario que ayuda a vivir con fecundo escepticismo sobre lo que la vida puede y no puede dar. A menudo, se tiene la sensación de que tales libros transmiten una visión negativa del mundo, que tiene poco que ver con la esperanza en el mundo futuro. No es así. Su descarnada presentación de la vida humana pretende dotar al hombre de una sabiduría especial para que no se equivoque a la hora de escoger lo más conveniente, de modo que su tren no descarrile. En realidad, se trata de una literatura que podría llamarse «edificante», pues pone los cimientos de una actitud sabia frente a la vida. Hoy leemos un célebre pasaje del comienzo del libro del Eclesiastés —en hebreo Qohélet— que dice así: «¡Vanidad de vanidades! —dice Qohélet—. ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad! Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave dolencia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente. También esto es vanidad» (Ecl 2,1; 2,21-23). Es difícil hacer un reproche a estas consideraciones que día a día confirma la experiencia.
Jesús, en el Evangelio de hoy, parece unirse a esta corriente de pensamiento sapiencial al presentar la vida de un hombre necio, que, ante la perspectiva de una gran cosecha, ordena destruir sus graneros y construir otros nuevos donde quepa todo lo cosechado. Su retrato parece sacado del texto del Eclesiastés: «De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente». No hay que olvidar que la parábola de Jesús viene provocada por uno que le dice: «Maestro, dile a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Jesús, lejos de intervenir como árbitro de asuntos legales, dirige su reflexión en la dirección sapiencial del Eclesiastés: es vanidad haber trabajado toda la vida para que lo acumulado vaya a parar a manos ajenas. La parábola de Jesús termina con estas lacerantes palabras dirigidas a quien se veía en el futuro disfrutando de todo lo acumulado: «Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado? Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios» Lc. 12,20).
La perspectiva en la que Jesús se sitúa no es la misma que la del Eclesiastés, pero la supone. Al llamar «necio» a quien solo se preocupa de los bienes temporales, ignorando que su destino no pasará el dintel de la ultratumba, revela la vanidad de una vida sin peso, sin cordura ni sabiduría. Lo importante —dice Jesús— es ser rico ante Dios, destino final del hombre. El magisterio de Jesús, como el de los libros sapienciales, es edificante en el sentido más noble de la palabra. Una vida sin cimientos es ruina asegurada. Mientras hay tiempo, el hombre puede rectificar la ruta. Cuando llega la muerte, el hombre sella su destino de manera irrevocable. Como dice Jesús, «así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios». Sucede que, si el hombre vive tan apegado al momento presente y olvida su destino final, le será muy difícil recapacitar sobre la orientación de su existencia a no ser que se encuentre con algo o alguien que le haga ver el enorme vacío —vanidad— en que vive. Aún hay tiempo —dice la literatura edificante—, recapacita, sopesa y juzga si vas por buen camino. Se explica que Jesús comience su parábola con este breve preámbulo: «Guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Esto no es vanidad.
+ César Franco
Obispo de Segovia