Carta pastoral del obispo de Ciudad Real: El bautismo de Jesús

gerardomelgarviciosa

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Celebramos en este domingo la fiesta del bautismo de Jesús. Una fiesta muy significativa para la vida y la misión de Cristo, porque significa el comienzo de su vida pública y el comienzo de la realización de la misión para la que había sido enviado por el Padre.

Jesús, a partir del bautismo, comienza la predicación del reino y el anuncio de la salvación a los hombres para la que había sido enviado por el Padre. Jesús comienza la realización de su misión a partir de su bautismo, por medio de la predicación de su mensaje, que culminará con la entrega de su propia vida y su resurrección para que nosotros tuviéramos vida eterna y llegáramos a ser verdaderamente hijos de Dios.

La celebración de la fiesta del bautismo de Jesús nos recuerda y evoca nuestro propio bautismo como un acontecimiento realmente importante en la vida de todo cristiano.

Por el bautismo hemos sido hechos hijos de Dios y miembros vivos de la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia.

El ser humano, en virtud del pecado original, nace con la marca del pecado. Por el bautismo recibimos la gracia, la vida de Dios y la amistad con él, por lo que llegamos a ser hijos de Dios.

Cristo, el Hijo de Dios, con la entrega de su vida, con su muerte y su resurrección, nos ha ganado que también nosotros podamos ser hijos de Dios.

La condición e identidad de hijos de Dios que adquirimos por el bautismo, comporta para los bautizados unos compromisos serios de vivir en la vida los compromisos que adquirimos en el bautismo.

La identidad de hijos de Dios que adquirimos en el bautismo nos compromete a vivir como auténticos hijos de Dios y como miembros de su familia, la Iglesia.

Son estos dos compromisos los que resumen la esencia de nuestra identidad como seguidores y discípulos de Jesús.

Ser hijos de Dios quiere decir que Dios es nuestro Padre, el mejor de los padres, que es capaz de comprender y perdonar nuestras equivocaciones y nuestras salidas del camino.

Ser hijo de Dios supone aceptar a Dios en nuestra vida y tratar de vivir de acuerdo con lo que nos pide y vivir lo que Él nos pide y hacerlo realidad cada día en la vida diaria.

Ser hijos de Dios significa querer y creer en Dios y poner de nuestra parte todo lo que sea necesario para que Dios y su mensaje ocupen un lugar importante y privilegiado en nuestra vida.

Ser hijos de Dios supone estar en contacto permanente con ese Padre, como con alguien a quien necesitamos de tal manera para vivir lo que Él nos pide que sin Él no seríamos capaces de comportarnos como buenos hijos. Supone: hablar y contar continuamente con Él y con su ayuda, abriéndole nuestro corazón.

Darle continuamente gracias por todo lo que nos da constantemente.

Saber pedirle perdón por las veces en que, guiados por nuestra pobreza personal, nos salimos del camino que Él nos señala y corremos por otro camino buscando la felicidad al margen de Él.

Nosotros, por nuestro bautismo, hemos sido ungidos para ser discípulos y seguidores del Señor, una unción que nos capacita para vivir, con nuestro esfuerzo, nuestra identidad cristiana, nuestra fe.

La fe no acaba en vivir personalmente mi relación con Dios, cuando nadie nos ve, o cuando estamos en la iglesia. La fe comporta un compromiso misionero de ser testigos de nuestra fe en todos los ambientes en los que nos movemos y en todos los momentos de nuestra vida.

Por el bautismo hemos sido ungidos también para una misión muy importante: ser testigos de Cristo y de los valores del evangelio en el mundo, para que con nuestro testimonio acerquemos a los hombres a Dios y a Dios a los hombres.

Al recordar hoy nuestro propio bautismo, hemos de preguntarnos si vivimos como verdaderos hijos de Dios, si Dios es tan importante para nosotros como lo debe ser siempre un padre para un hijo o más bien Dios es para nosotros un padre del que no nos acordamos, del que desconfiamos, al que no queremos porque vivimos al margen de lo que Él nos pide.

Como bautizados hemos de preguntarnos por nuestra misión de ser testigos en nuestro mundo. ¿Somos realmente sus testigos, o el estar bautizados significa realmente casi nada para nosotros? ¿Somos miembros vivos de la familia de los hijos de Dios que es la Iglesia, somos miembros muertos porque vivimos en la indiferencia respecto a Dios y a la Iglesia?

Asumamos y actualicemos nuestros compromisos bautismales y hagamos de ellos la norma principal de nuestra vida porque solo así seremos realmente hijos de Dios y miembros vivos y comprometidos de su familia.

+ Gerardo Melgar Viciosa

Obispo Prior de Ciudad Real