Carta pastoral del obispo Enrique Benavent: La paz, don de Dios y fruto de nuestro compromiso
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El pasado 1 de enero celebramos la jornada mundial de la paz. Fue el papa san Pablo VI quien tuvo la intuición de instituirla hace 55 años, invitándonos a orar para que este anhelo, que los cristianos compartimos con toda la humanidad, se realice y los seres humanos podamos vivir como hermanos. La celebración de esta jornada el primer día del año civil nos recuerda que la paz ha de ser la meta por la que todos debemos trabajar desde la responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos en la sociedad. La coincidencia con las fiestas de Navidad es también especialmente significativa para quienes creemos en Cristo: Él es el “mensajero que proclama la paz” (Is 57, 2) y Él anunció que aquellos que trabajan por ella “serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Una fe cristiana auténticamente vivida es semilla de paz para el mundo.
Es importante que celebremos esta jornada todos los años y que le demos el relieve que tiene. La historia nos muestra que las conquistas de la humanidad para alcanzarla son pequeñas y frágiles y que a menudo experimentamos retrocesos. Si bien el deseo de lograrla es universal porque está inscrito en el corazón de todos los hombres de buena voluntad, no acabamos de encontrar caminos para que se haga realidad. El deseo de la paz acompañará siempre la historia de la humanidad. Cuando dejamos de trabajar por ella, lo que se había conseguido se pierde.
El papa Francisco, en el mensaje que nos dirigió para esta jornada, indica tres caminos para que todos seamos constructores de paz. En primer lugar, el diálogo entre generaciones. Las relaciones intergeneracionales no siempre son fáciles. Los mayores a menudo experimentan la soledad y los jóvenes no tienen perspectivas de futuro. La indiferencia mutua o la protesta violenta son tentaciones fáciles, pero no son actitudes constructivas. “Por un lado (dice el Papa) los jóvenes necesitan la experiencia existencial y espiritual de los mayores; por el otro, los mayores necesitan el apoyo, el afecto, la creatividad y el dinamismo de los jóvenes”.
En segundo lugar, el Papa nos recuerda la importancia de la instrucción y la educación como motores de la paz, porque “son las bases de una sociedad cohesionada y capaz de generar esperanza, riqueza y progreso”. En el conjunto de nuestro mundo, mientras crece el porcentaje de recursos que se destinan a los gastos militares, bajan los que se destinan a la educación. “Es oportuno y urgente (afirma el Papa) que cuantos tienen responsabilidades de gobierno elaboren políticas económicas que prevean un cambio en la relación entre las inversiones públicas destinadas a la educación y los fondos reservados a los armamentos”.
Finalmente, el Papa recuerda que el trabajo es también un factor indispensable para construir y mantener la paz. Hoy, el número de familias que sufre por no tener un trabajo digno ha crecido a causa de la pandemia que estamos viviendo. Ésta, ha dificultado el acceso de los jóvenes al mundo laboral y ha llevado a muchos adultos a la desocupación. Unos y otros afrontan perspectivas dramáticas.
Si aquellos que tienen responsabilidades de gobierno tuvieran estas prioridades, nuestro mundo caminaría hacia la paz.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa