Carta pastoral de Mons. José María Yanguas: "Os invito a dejaros llenar por la alegría de este tiempo"
El obispo de Cuenca dedica su última carta pastoral al comienzo del tiempo litúrgico del Adviento
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Queridos diocesanos:
Con la solemnidad de Cristo Rey, que celebramos el pasado domingo, se cerró el año litúrgico, a lo largo del cual los cristianos conmemoramos los misterios principales de nuestra fe. Los términos “conmemorar”, “conmemoración”, encierran para los cristianos un significado profundo, más allá de su significado común. La “conmemoración” de los misterios de la fe es algo más que una simple celebración, por solemne que esta sea. Con ellos no se trata tan solo de recordar con alegría y ánimo, más o menos festivo, un acontecimiento importante y, por lo general, positivo, de nuestra historia; no son un simple ejercicio de memoria agradecida. Es cierto que ya al “conmemorar” algo o a alguien salvamos, de alguna manera, las barreras que separan el presente del pasado y que, en cierto modo, “damos vida” a un hecho definitivamente pasado o a una persona fallecida quizás hace muchos años. Podemos decir que la memoria hace presente el pasado, una presencia real de algo que, sin embargo, no es real. Lo hacemos presente en nuestra memoria, pero no en lo que generalmente entendemos como realidad.
No ocurre lo mismo con la celebración o “conmemoración” de los misterios de la fe. Estos tienen una presencia y gozan de una realidad que va más allá de lo puramente mental. No existen solo en nosotros. “Los estados y misterios de la vida de Cristo”, leíamos hace unos días en la Liturgia de las Horas, “se completan” en nosotros cristianos. Son como realidades abiertas, no concluidas del todo: “Los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. (…). El Hijo de Dios (…) quiere llevar a término en nosotros los estados y misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos” (San Juan Eudes).
Estas consideraciones pueden servirnos para entender mejor el sentido del año litúrgico que recomienza el próximo domingo, primero del tiempo de Adviento, uno de los tiempos fuertes junto con la Navidad, la Cuaresma y la Pascua. A lo largo del año litúrgico iremos conmemorando los grandes hechos salvíficos de la historia de la salvación y cuando, por ejemplo, en el día de Navidad, la Iglesia proclame: “Hoy Cristo ha nacido”, lo hará con toda verdad. En efecto, decir “hoy” manifiesta la presencia del misterio de Cristo en la conmemoración o celebración de la Iglesia. Los misterios de la vida del Señor son hechos históricos, acontecidos en un momento de la historia y, al mismo tiempo, son misteriosamente contemporáneos a todos los instantes de la misma por ser misterios del Dios–hombre.
¡El Señor llega!”, “¡adviento!”, es palabra que pone en guardia, que llama a mantenerse alerta, a permanecer en vigilia, a no dejarse sorprender. “Adviento” traduce bien la actitud a la que se refieren las palabras del final del Evangelio que leemos este domingo en la Misa: “Estad, pues, despiertos en todo tiempo” (Lc 21, 36). Despiertos mediante la oración y la penitencia para percibir con la mayor plenitud posible el misterio de la Navidad del Señor. Disponemos de cuatro semanas para prepararnos, para que la venida de Jesús nos encuentre “rebosantes de amor mutuo y de amor a todos” y nos podamos presentar ante él santos e irreprochable.
Os deseo a todos un Adviento lleno de esperanza y de serena alegría por la próxima Navidad.
Os invito a dejaros llenar por la alegría de este tiempo de espera del Señor, que viene para salvarnos. Preparad con devoción vuestro “Nacimientos” que llenan de paz los hogares cristianos. Viene el Señor, ¡salgamos a su encuentro!
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