Carta pastoral de Mons. Leonardo Lemos Montanet: Cremación o inhumación

El obispo de Ourense reflexiona en su última carta pastoral sobre la costumbre de la cremación de los difuntos

Carta pastoral de Mons. Leonardo Lemos Montanet: Cremación o inhumación

Agencia SIC

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El mes de noviembre en nuestra tradición se denomina “mes de santos” o “de difuntos”. A lo largo de los últimos años se están expandiendo una serie de costumbres que muchos fieles, por ignorancia, desconocen que no son auténticamente cristianas.

Desde el principio, el cristianismo practicó la costumbre de la inhumación de los cuerpos de nuestros difuntos, recordando la sepultura de Cristo. Es verdad que, en ocasiones, debido a graves situaciones que podrían acarrear daño a la salud pública, se tuvo que proceder a la cremación de los cadáveres. Hoy en día se está extendiendo esta costumbre de la cremación debido a la complejidad de la vida de muchos ciudadanos.

La Iglesia, aunque permite la cremación, recomienda que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados. Sin embargo, cuando los creyentes optan por la cremación del cadáver de su ser querido, deben evitar todo signo, rito o modalidad de conservación de las cenizas que nazca o pueda ser interpretado como regresión a una visión no cristiana de la muerte y de la esperanza en la vida eterna. Los cristianos deben recordar que cuando se opta por la cremación no se hace porque se crea que con la muerte se lleva a cabo la aniquilación definitiva de la persona, o cuando se desea que las cenizas del difunto se esparzan por un hermoso paraje natural, en la huerta de la casa donde se ha vivido o en el mar o en un río, porque se piensa que la muerte es el momento de fusión con la madre tierra; se piensa en la reencarnación o se reparten las cenizas entre los familiares como un mero recuerdo del difunto.

Tenemos que saber discernir que manteniendo el más delicado respeto a otras concepciones de la vida y de la muerte, sin embargo, a los cristianos no les está permitida esta forma de actuar con las cenizas de los difuntos. Soy consciente de que, en muchas ocasiones, cuando se opta por esta costumbre, no se hace para rechazar ningún principio de la fe católica sobre la resurrección de los muertos; sin embargo, es necesario recordar que las cenizas de nuestros seres queridos deben custodiarse en los cementerios o en cualquier otro lugar destinado para ello. Por consiguiente, el seno del hogar, aunque se busque un lugar destacado, no es el lugar apropiado para custodiar las cenizas de los queridos difuntos.

El Papa Francisco compartía con nosotros este pensamiento: El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límite, cuya raíz y realización está en Dios.

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