Verano, descanso, bullicio
El silencio exterior es una potentísima herramienta terapéutica que te aísla de estímulos periféricos y te permite echar el freno de mano y acudir al Señor
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Ya llevo unos días de nuevo en tierras vallisoletanas, tras otros tantos de veraneo o, como recuerda mi arzobispo, don Ricardo Blázquez, en la última carta pastoral a sus diocesanos, de esa “oportunidad para recobrar fuerzas, para intensificar la vida familiar y el trato con los amigos, para visitar lugares atractivos que añorábamos, para leer lo que hacía tiempo que deseábamos (…) para dedicar ratos de soledad y silencio ante Dios, para pasear y hacernos eco del cántico de San Francisco a Dios por las criaturas”.
En su reivindicativa misiva, el cardenal advierte que “las autoridades deben velar” para que los ciudadanos no se vean privados del descanso por motivos de “productividad económica” y que “la paz social depende asimismo de que el derecho básico al trabajo sea respetado y promovido”. Pero el presidente de la CEE nos recuerda que el descanso dominical y también el estival son, además de conquistas sociales, dones de Dios y tiempos propicios para el crecimiento interior.
Al escribir estas líneas concluida la primera semana de vorágine tras mi rentrée laboral (cientos de correos por contestar, de artículos por escribir, de agendas por planificar…) me pregunto: ¿He descansado lo suficiente? Y no me refiero a dormir, que sin duda lo he hecho; ni a disfrutar, que también, sino a si he descansado el alma y he hecho lo posible por reconciliarme conmigo, con mi vida y con el Señor.
Lo que es indudable es que la simple interrupción del trabajo no nos zambulle en el DESCANSO ni nos libra de las preocupaciones, de los desasosiegos interiores o de los problemas personales (bien es sabido que, en ocasiones, ocurre más bien lo contrario). Tampoco ayuda demasiado a frenar nuestro habitual “revuelo interior” esa agenda de diversión de obligado cumplimiento que, los más afortunados, nos imponemos al inicio de nuestro periplo estival: viajes, maletas, horarios, visitas turísticas, lecturas pendientes, citas de mantel y sobremesa, reencuentros ineludibles… con los que si no exprimimos al máximo las 24 horas del día no quedamos satisfechos.
Reconozco que, si bien del listado anterior ha habido de todo un poco, a mi verano le han faltado algunas dosis de ese silencio exterior que me habría permitido focalizarme en el diálogo interior; un poco más de esa potentísima herramienta terapéutica que te aísla de estímulos periféricos y te permite echar el freno de mano, relativizar la importancia de muchas de tus zozobras y acudir a la invitación del Señor: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”.
“La ley del Señor es descanso para el alma; es decir, la reconciliación con Dios es fuente de paz y de descanso.” Concluido el verano… qué mejor propósito para el curso que comienza!!!