Madrid - Publicado el
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El Segundo Domingo después de Navidad vuelve a contemplar el Prólogo del Evangelio según San Juan donde se presenta al Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su Gloria. Y en esta víspera de Reyes, celebramos al anacoreta San Simeón Estilita. Nace en Sisán a finales del siglo IV en los límites de Cilicia y Siria.
Dedicado al pastoreo de niño, sus padres le transmiten los pocos conocimientos que posee, inculcándole, sobre todo, el amor a Dios. En un día de nieve, en que no puede sacar el ganado, marcha a orar a una Iglesia. Allí queda cautivado por la predicación de un sacerdote anciano, que habla de la generosidad con el Señor.
Tiene, entonces, catorce años. Con esta edad, emprende un camino que le conducirá a la oración y el sacrificio, intensificando la penitencia para lograr la perfección de los ermitaños. La primera ocasión que se le presenta es una colonia de monjes en Tedela. Allí ingresa, pero será expulsado por la propia comunidad, cuando lleva sus privaciones muy lejos.
Piensan los religiosos que los aspirantes al monacato podrían echarse atrás al ver sus padecimientos desmesurados. Intentando profundizar más en su vocación marcha a Telaniso y Tedela. En este último lugar construye una cerca y se ata a una gran roca. Muchos le visitan al extenderse su fama de santidad. Otros por simple curiosidad.
Al agobiarle la cantidad de personas que van levanta más alta la columna, con 17 metros. Aquí pasó la mayor parte de su vida. De ahí le vendrá el sobrenombre de “estilita” (del griego “columna”). Desde allí defiende la Fe contra herejías como la arriana. Tras morir San Simeón “el estilita”, los restos del torreón en que vivió sirvieron de base para un convento de monjes que se edificó.