La posible historia religiosa del Árbol de Navidad
El posible origen religioso del Árbol de Navidad se lo debemos a un santo. San Bonifacio derribó un roble de un hachazo y colocó un abeto en su lugar.
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El Árbol de Navidad es una de las decoraciones típicas de las fechas que se acercan. Su colocación y puesta a punto son tradición en muchos hogares del mundo: las bolas, las guirnaldas, la estrella en la punta, etc. Es uno de los adornos preferidos de los niños, porque allí esperan los regalos de estas fiestas. Pero, ¿sabías que el propio árbol es un regalo y que nos lo ha dejado un santo?
La historia ocurrió hace 15 siglos en la Edad Media. Un joven misionero, llamado Bonifacio, arrancó de raíz las tradiciones paganas de los pueblos germanos y colocó en su lugar un abeto. Le dio un sentido religioso al hecho de colocar justo esa especie de hoja perenne: que el Amor de Dios por nosotros no se agota en ningún momento.
Este santo es San Bonifacio. Su historia comienza en Wessex, en la Inglaterra del siglo VI, como Winfrido. Winfrido es un niño de una familia noble en la Edad Media. Los hijos de estas familias solían dedicarse a la vida militar como caballeros o formar parte del clero en altos cargos. Sin embargo, el futuro del pequeño Winfrido pasaba por una caballerosidad "más noble" y humilde.
Con tan sólo cinco años se queda admirado de unos monjes benedictinos que pasan por el condado. Se siente llamado a la vida monástica. Sus padres, al principio, no quieren que su hijo tome los hábitos. Sin embargo, se lo permiten dos años después. Así, a los siete años, Winfrido se marcha al monasterio de Nursinling, en Winchester.
Recibe la formación intelectual y religiosa con los benedictinos e ingresa en la orden. Su formación crece a la vez que lo hacen sus virtudes, pero las paredes del monasterio se le quedan pequeñas. Comienza a misionar a los pueblos germánicos. Aun así, Dios quería más. Por ello, peregrina a Roma para recibir la bendición del Papa Gregorio II. El propio Pontífice queda admirado al conocer a Winfrido y ve en él un misionero más que prometedor. Y acertó.
Cuando San Bonifacio venció a Thor y colocó el árbol de Navidad
Winfrido había pasado tres años evangelizando a los pueblos sajones, cuando recibió un nuevo aviso de Roma. El Papa lo reclamaba para nombrarle obispo. En la Ciudad Eterna recibió, además del nuevo cargo como obispo, un nuevo nombre: Bonifacio. De regreso a su territorio de misión, pasaba por un pueblo en el bosque de Hessen. Iba a ser un pueblo más en el camino, pero Bonifacio y sus compañeros se detuvieron a observar. Se fijó en que los aldeanos, que no eran cristianos, adoraban a un árbol.
Ellos creían que ese roble era el hogar del dios Thor, deidad del trueno en la mitología nórdica. La tradición recoge que se ofrecía un sacrifico humano a los pies del árbol en la mitad del invierno. Para salvar la vida del niño que iban a sacrificar ese año, se puso en medio y con un hacha derribó el árbol.
La historia cuenta que Bonifacio encontró cerca de donde había caído el roble un pequeño abeto. Lo cogió y se lo ofreció a los aldeanos como sustituto, hablándoles de Jesucristo, cuyo amor por el hombre no se acababa, al igual que el verde de las hojas del abeto. Con los restos del roble, además, se edificó una iglesia en honor de San Pedro.
Bonifacio continuó su labor misionera y de evangelización por Alemania. Fundó conventos y monasterios y comenzó a recibir ayuda. Parte de esa ayuda fueron mujeres, futuras santas, como Santa Lioba o Santa Tecla. Ya a los ochenta años iba a dar el Sacramento de la Confirmación a unos recién convertidos cuando le asaltarón a él y a sus compañeros y los asesinaron.
Se le enterró en el monasterio de Fulda, que él había fundado. Se le recuerda como el "Apóstol de Alemania" y el patriarca de los católicos de ese país.