Se reconocen las “Virtudes Heroicas” del cura Diego Hernández: una sencilla vida de entrega a sus parroquias
El sacerdote procuró formar almas totalmente entregadas a Jesús y al apostolado fomentando la santidad en los sacerdotes y seminaristas, entre los consagrados y los laicos
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El Papa Francisco ha confirmado este miércoles, 13 de octubre, las “virtudes heroicas” del sacerdote español Diego Hernández González que se acerca cada vez más a los altares. Pero, ¿quién era sacerdote de Murcia?
El padre Diego Hernández González nació en Javalí Nuevo, el 25 de diciembre de 1914, en el seno de un familia muy humilde. Con diez años ingresó en el Seminario diocesano S. Fulgencio de Murcia.
Recién iniciada la guerra civil española, de modo heroico salvó las especies eucarísticas del incendio provocado en la iglesia de su pueblo natal. Pocos días después, fue detenido y condenado a tres años de cárcel y trabajos forzados. Ordenado sacerdote en Barcelona el 9 de junio de 1940, inició su ministerio sacerdotal en algunos pueblos de Murcia y después en Villena (Alicante) con incansable entrega apostólica y caridad con los necesitados. Entre sus aficiones se encontraban el teatro religioso y la pintura, para la que disponía excelentes dotes, que aprovechó haciendo gráficos, esquemas y dibujos catequéticos.
En 1954 fue nombrado Director espiritual del Seminario diocesano de Orihuela (Alicante). “Tengo la esperanza que, si soy el que debo, mi granito se convertirá en una espiga de santos sacerdotes, que tanta falta está haciendo en todos los pueblos”. Fuertemente enamorado de Jesucristo, sentía con la Iglesia y sus necesidades en obediencia y amor.
Procuró formar almas totalmente entregadas a Jesús y al apostolado fomentando la santidad en los sacerdotes y seminaristas, entre los consagrados y los laicos. Un celo apostólico que, a ejemplo de S. Juan de Ávila, brotó de sus largos ratos de oración y estudio, y se manifestó en una vida pobre, callada y humilde, “quiero vivir a María como esplendor de Jesús”.
Los habitantes de la zona lo tuvieron en gran estima y, como revelan algunos testimonios allí en la Parroquia no se quedaba nadie sin comer a sabiendas de D. Diego. Como todos, cultivaba su parcela de terreno compaginándolo con los oficios religiosos.
Falleció el 26 de enero de 1976 con fama de santidad y su causa de canonización fue introducida el 25 de enero de 2002, apoyada en los testimonios de los que lo conocieron durante su vida, así como algunas curaciones supuestamente inexplicables.