Carta pastoral de Mons. Agustí Cortés: Expectación - I
El obispo de Sant Feliu de Llobregat dedica su última carta pastoral al comienzo del tiempo de Adviento
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Durante un largo rato de espera en un pasillo del hospital, pasaban por delante de mí muchas personas, cada uno a lo suyo, casi todos con prisa. Al mismo tiempo pensaba en el inicio de un nuevo Año Litúrgico, en el comienzo del tiempo de Adviento. Recordaba que el Adviento es tiempo “de venida” del Verbo de Dios y tiempo de ida nuestra hacia Él: meditaba que si se produce el encuentro de fe entre Él y nosotros, hallaremos la salvación. Ante mis ojos iban y venían numerosos enfermos, profesionales de la salud, acompañantes, etc. Todos se movían por alguna expectativa: o bien buscaban la salud o bien la ofrecían como profesionales. Me venían espontáneamente al pensamiento unas preguntas: ¿todos tienen necesidad de salvación?; ¿todos serán conscientes de esa necesidad?; ¿todos la buscarán?
Reconozco que estas preguntas, pueden obedecer a una especie de “deformación profesional”. Por mi fe sé que la respuesta a la primera pregunta es afirmativa: absolutamente todos tenemos necesidad de salvación. Las respuestas a las otras dos no estaban tan claras. Haría falta una reflexión, no solo sobre lo que significa “salvación”, sino también sobre lo que realmente hay en el corazón de estas personas.
Pero las preguntas eran al menos oportunas. Porque el Adviento, y toda la historia de nuestra fe, no tiene sentido si no hay en nosotros una expectación, un anhelo de salvación. El hospital, como tantos otros espacios de relación en nuestra vida social, tiene sentido porque en él se encuentran la expectación de curación por el enfermo y la oferta de salud que le hace la institución. Es lo que ocurre en tantos lugares de encuentro, que forman el entramado de la sociedad: un centro de enseñanza, una exposición de arte, un mercado, en un espectáculo, etc. Si no hay necesidad, expectación y búsqueda, la oferta se hace inútil y la institución se convierte en algo vacío.
En el caso del hospital, además de la existencia de esa necesidad real de salud, uno tiene que reconocerla, buscar dónde encontrarla y confiar en el lugar que se la ofrece. Porque puede ocurrir que uno esté enfermo, pero no llegue a reconocerlo y, por tanto, no anhele la sanación ni la busque. Muchas veces el enfermo no sabe de su enfermedad y no quiere ir al médico. Tiene algunos síntomas, pero ignora la causa. Entonces ha de ser el médico quien, ante la sorpresa del enfermo, detecta la enfermedad y emite su diagnóstico. De hecho, hoy el hospital parece un “apóstol profeta” de la salud: está lleno de mensajes y recomendaciones para la vida sana.
Los antiguos decían que el Verbo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, viene al mundo de tres modos: el primero, de manera humilde, el día de la Encarnación, cuando se hace uno de nosotros; el tercer modo, al final de los tiempos, en gloria y con poder; el segundo modo, cada día, en su Iglesia, de forma sacramental, con su Palabra, en los sacramentos, en las vidas humanas llenas del Espíritu Santo.
Dios nos hace una oferta incansable: llevado por su amor, busca el contacto y la presencia entre nosotros. Como dice San Juan, “Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Dios envió a su Hijo al mundo, no para condenarlo, sino para que se salve por Él” (Jn 3,16–17).
El mismo San Juan constata que “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11) Quizá no le esperaban, o no sentían necesidad de Él; no había expectación. Nos preguntamos si hoy ocurriría lo mismo.
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