Carta pastoral de Mons. Casimiro López Llorente: Comienza el Adviento
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Queridos diocesanos:
Este Domingo comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento: tiempo de espera y esperanza, tiempo para prepararnos a la celebración de la Navidad y así a la venida del Jesús al final de los tiempos.
Adviento tiene en efecto tres dimensiones. Mira en primer lugar al pasado: Jesús, el Mesías y Salvador anunciado y esperado durante siglos por el pueblo de Israel, ya ha venido a nuestro mundo; en el Adviento nos preparamos para celebrar con gozo la Navidad, el nacimiento de Jesús en Belén hace más de dos mil años; la ‘primera’ venida en la historia del Hijo de Dios en Belén es un hecho histórico que nadie puede poner seriamente en duda.
El Adviento mira también al presente: Jesús es el Señor muerto y resucitado, para que en Él tengamos la Vida y Salvación de Dios; Jesús vive, ha resucitado, está entre nosotros y viene constantemente a nuestro encuentro en su Palabra, en sus Sacramentos, en los acontecimientos de cada día, en cada hombre y mujer, en especial en los hambrientos, sedientos, forasteros, enfermos y encarcelados.
Y el Adviento mira finalmente al futuro, hacia la ‘segunda’ venida de Jesucristo al final de los tiempos para llevar a total cumplimiento su obra de salvación y reconciliación de toda la humanidad y de la creación. No olvidamos tampoco el decisivo encuentro con el Señor en la hora de nuestra muerte, en que cada uno será examinado y juzgado del amor o de la falta de amor a Él y, en Él, al hermano pobre y necesitado.
Toda la vida de un cristiano debería ser un adviento permanente; el Señor viene constantemente a nosotros, a nuestras vidas, a nuestra historia, a nuestro mundo; y pide ser acogido. El cristiano ha de estar atento a la venida del Señor en el presente y vivir con esperanza su venida en el futuro; y ha de hacerlo con una fe viva y activa, hecha obras de amor, con verdadera hambre de Dios y con una presencia misionera en el mundo.
Nos toca vivir en un contexto social, político y cultural que intenta desalojar a Dios de nuestra vida y neutralizar la presencia del cristianismo en la historia pasada y presente, confinando la fe a la esfera de la vida privada o de la conciencia. Se pretende hacer ‘invisibles’ y, a la vez, suplantar por otras cosas o personajes a Cristo y su venida a este mundo; se quiere quitar el sentido cristiano a la Navidad e imponer una navidad ‘laica’ e ir eliminando del espacio público los signos cristianos. No nos dejemos deslumbrar por la iluminación anodina de calles y plazas, ni por la llamada insistente al consumo en estos días, con elementos ajenos a la Navidad, al nacimiento de Jesús. Mostremos nosotros públicamente los signos cristianos de la Navidad.
Vivamos cristianamente el Adviento. Esto comporta vivir este tiempo con alegría y esperanza, pero también atentos y vigilantes ante la venida presente y futura del Señor Jesús. Al mirar el futuro nuestros ojos se vuelven hacia el presente para acoger de corazón a Cristo que sale a nuestro encuentro y vivir en el día a día la novedad de nuestro bautismo y nuestra condición de discípulos misioneros del Señor con una fidelidad, intensidad y autenticidad crecientes.
En nuestra condición de peregrinos en esta vida hacia el encuentro definitivo con el Señor, la alegría, la vigilancia y la esperanza son pilares imprescindibles para cada cristiano y cada comunidad cristiana. La alegria se basa en el saberse amados personalmente y para siempre por Dios en su Hijo, Jesús, que ha venido, viene y vendrá; un amor y una alegria que nada ni nadie nos pueden quitar. La vigilancia nos ha de llevar a una conversión constante a Dios, a intensificar la vida de oración, la escucha de la Palabra de Dios, la participación en la Eucaristía y la acogida del amor misericordioso de Dios en el sacramento de la Reconciliación, así como a revisar el tono de nuestra caridad y compromiso cristianos. La esperanza en el triunfo definitivo de Cristo nos ayudará a avivar nuestra fe en la vida eterna y a no perder la paz ante las insidias de los poderes de este mundo.
Así se fortalecerá también nuestra conciencia de misión y presencia en el mundo, para que todos puedan encontrarse con Cristo y para que el Amor de Dios, que nos salva, llegue a todos. Es en Jesucristo donde el hombre y la mujer descubren su verdadera imagen y dignidad, su verdadero destino y su pertenencia a un mundo nuevo que ha comenzado a edificarse en el presente. Cristo ha venido y viene para todos. Dejémonos encontrar por el Señor que viene; hagámosle presente en el mundo.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe–Castellón
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