El mensaje del obispo de Getafe en Sábado Santo: "La Resurrección se nos da como alimento de eternidad"
García Beltrán ofrece en TRECE, durante el Triduo Pascual, su reflexión sobre este sábado en el que esperamos la Resurrección de Cristo: "Es la buena noticia que sostiene la vida"
Publicado el - Actualizado
4 min lectura
Para este Sábado Santo el obispo de Getafe, Ginés García Beltrán, ha ofrecido a los espectadores de TRECE una reflexión bíblica sobre este día fundamental para la Iglesia Católica.
La reflexión del obispo de Getafe para este Sábado Santo
Esta noche la Iglesia extendida por todo el mundo se reúne para celebrar la resurrección del Señor. La liturgia de la vigilia pascual, que nos disponemos a celebrar, comienza con un rito muy sugestivo: se reúne el pueblo en medio de la oscuridad y en medio de un profundo silencio. De la oscuridad surge la llama del cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado; esta llama se prolonga en tantas pequeñas llamas de las velitas que sostienen los fieles. La luz del cirio pascual se va extendiendo hasta llenar el templo; después, se encienden todas las luces de la Iglesia, para significar que el día venció a la noche, como Cristo a la muerte, y se proclama el canto glorioso de la resurrección.
El canto del pregón nos introduce en la aurora de la salvación que iremos profundizando a lo largo de la cincuentena pascual y cada domingo del año.
A continuación, la liturgia de la Palabra nos conduce por toda la historia de la salvación, desde la creación misma a los profetas. Dios guía la historia hasta este momento de la plenitud de los tiempos. Esta experiencia de gracia, de presencia de Dios en cada momento de nuestra vida y de la historia de la humanidad, en la alegría y en la adversidad, hace que la Iglesia, alegre por la resurrección de su Esposo, entone el canto de gloria, al que se une el sonido de las campanas y los adornos propios de la fiesta.
Cristo ha inaugurado un tiempo nuevo, ha abierto las puertas a la vida que no se acaba; en su victoria, ha muerto el hombre viejo y ha nacido el hombre nuevo, es la realidad del bautismo que nos anuncia S. Pablo, pues al unirnos al misterio de la muerte de Cristo, nos unimos también a su resurrección; ahora, pues, caminamos en una vida nueva.
Esta vida es la que recibirán algunos catecúmenos en esta noche santa. Cada vez son más los adultos que en la vigilia pascual reciben los sacramentos de la iniciación cristiana. Son un signo de la vida del Resucitado que sigue prendiendo en el campo de la Iglesia, a pesar de la sensación que muchas veces tenemos de retroceso, incluso de fracaso. Damos gracias a Dios que sigue llamando a nuevos hijos a su vida, hijos que fecundan la Iglesia con su alegría. Esta noche, cada uno de nosotros, renovaremos también las promesas bautismales. Agradezcamos el don recibido, al tiempo que nos comprometemos a seguir siendo testigos de esta gracia que hemos recibido, y de la herencia a la que hemos sido destinados.
La Vigilia pascual alcanza su cumbre en la Eucaristía, el Crucificado Resucitado se nos da como alimento de eternidad, nos comunica su vida y nos acoge en su intimidad.
En el Pregón que proclamaremos ahora se repite muchas veces: “Esta es la noche”, y es que la noche es tiempo de salvación; en el silencio de la noche Dios hace resplandecer la luz de su presencia, convirtiendo cualquier oscuridad y cualquier sombre de muerte en anuncio de nueva vida. “¡Qué noche (esta) tan dichosa! Solo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos”.
El anuncio de los ángeles a las mujeres en la mañana de Pascua sigue iluminando al mundo: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado”. Jesús resucitado vive en medio de nosotros y nos acompaña en el camino de la vida. Este es el mensaje de la Pascua, el que estamos invitados a anunciar a los demás; es la buena noticia que sostiene la vida y la misión de la Iglesia en cualquier lugar del mundo.
La resurrección de Cristo ilumina todas las situaciones de muerte que hoy viven los hombres, sus heridas gloriosas curan las nuestras, su presencia hace que nuestra esperanza sea cierta, su amor anima el nuestro.
“Si alguien busca a qué debe su importancia esta nuestra vigilia, puede hallar las causas adecuadas y responder confiadamente, pues el que nos otorgó la gloria de su nombre fue quien iluminó esta noche, y aquel a quien decimos: Tú iluminarás mis tinieblas, concede la luz a nuestros corazones para que, del mismo modo que, con deleite para los ojos, vemos el esplendor de estas lámparas, así veamos también, iluminada la mente, el sentido de esta noche tan brillante” (S. Agustín, Sermón sobre la Resurrección).