La cara desconocida del 'Isabel Zendal' que no reflejan la mayoría de medios: "Hay sed de Dios"
En medio de las críticas, el pasado mes de diciembre echó a andar el hospital de pandemia inaugurado por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso
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Parece que España ha pasado lo peor de la tercera ola de covid-19, aunque esto siempre haya que decirlo desde la extrema prudencia, por el respeto que merecen las más de 60.000 personas que, según datos del Ministerio de Sanidad, han perdido la vida desde el inicio de la pandemia. Las cifras oficiosas señalan que los muertos 'reales' podrían ser más de 80.000.
Pero todo parece indicar que la presión hospitalaria va en descenso, después de unas semanas en la que hemos llegado a ver capillas de centros hospitalarios convertidas en una habitación más de pacientes.
Y en esta tercera ola de coronavirus, uno de los hospitales que más están trabajando por salvar la vida de los contagiados es el 'Isabel Zendal' de la Comunidad de Madrid. Un centro que ha sido objeto de críticas desde su apertura en diciembre por algunas de sus carencias y la negativa de algunos sanitarios a trabajar entre sus cuatro paredes. Sin embargo, el 'Isabel Zendal' trabaja cada día por mejorar la vida de los enfermos.
La tarea de los capellanes en el 'Isabel Zendal'
Como en todos los centros sanitarios, en el 'Isabel Zendal' están presente los capellanes. En el digital católico 'Alfa y Omega', dieron a conocer hace unos días la realidad de estos sacerdotes que cada día se acercan a este centro sanitario para acompañar a los pacientes que necesiten una palabra de esperanza. Una labor que en esta época de pandemia ha sido esencial para muchos en toda España.
Javier Martín Langa es uno de los capellanes del hospital 'Isabel Zendal'. Le gusta acercarse a los enfermos a través del humor. Cuando le ven por los pasillos con su barba de pope y su estilo heavy, a veces le confunden con un médico: “Perdone, ¿es usted el neumólogo?”. “Peor, soy el cura”. De esta manera, y ofreciendo siempre mucho cariño, los enfermos se van abriendo. El otro capellán es Miguel González, y ambos son los curas de la parroquia San Antonio de las Cárcavas, en el barrio madrileño de Valdebebas. El cardenal Osoro les ha encomendado esta tarea en un momento en que arrecia la pandemia.
"Hay sed de Dios"
En una conversación con la revista Alfa y Omega recuerdan que el primer enfermo al que atendieron era un padre de familia de mediana edad que estaba en la UCI. Le administraron la Unción y estuvieron presentes cuando lo despertaron de la sedación y cuando lo extubaron (“es una cosa preciosa verlos respirar por sí mismos”, dice Javier). Después siguieron acompañándole y descubrieron que era un hombre sencillo, enamorado de Jesucristo. Allí encuentran gente con una fe tan grande que les hace decir: “¡a ver si la tengo yo!”. Aquel primer enfermo se recuperó y ya está en casa, otros no. Y es que también hace falta ayudar a “preparar el viaje para la vida eterna y por la puerta grande”.
Reconocen que hay gente que no quiere la Unción porque piensan que es la antesala de la muerte y sin embargo, al ver cómo se la dan al vecino, que es un gesto de oración, la piden. Están muy contentos de la colaboración de los médicos, con los que hay una relación excelente. Un día le dijeron a Javier a ver qué podía hacer con una mujer que estaba alicaída y había perdido el apetito. Medio en broma medio en serio le puso como “penitencia” comerse todo lo que le pusieran, y fue mano de santo, a los tres días había recuperado el ánimo.
El alimento del cuerpo es importante y, por supuesto, el del alma. Se ve esa sed de Dios en los pacientes que piden la Comunión. De su experiencia en el hospital destacan el ser testigos privilegiados de los encuentros que tiene el Señor Resucitado con los enfermos, y ese es una de las razones que le hace pensar a Javier “cómo mola ser cura”.