25 aniversario
El día que el Papa Juan Pablo II visitó El Rocío
Se cumplen 25 años de la histórica visita del pontífice a la entonces ermita de la aldea almonteña
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Ya han pasado 25 años de uno de los momentos más álgidos, trascendentes y trascendidos de la concepción más pura de la devoción rociera. Sucedió el 14 de junio de 1993. Muchos lo recordarán como si fuese ayer. Con un nitidez de frescura asombrosa. Entonces la aldea almonteña y la otra ermita de la Virgen del Rocío recibirían con máxima sencillez la excepcional visita del Papa Juan Pablo II (San Juan Pablo II desde su beatificación en 2014).
La aldea almonteña tuvo un invitado de excepción. El Papa, Juan Pablo II, (el Papa viajero) acudía al Rocío como un peregrino más. Miles de fieles llegados de todas partes esperaban al pontífice a los pies del Santuario de Almonte, que hacía su llegada en helicóptero, entre fuertes medidas de seguridad. Fue recibido dos veces, en el mismo helipuerto y a las puertas del Santuario por el capellán del mismo, el alcalde de Almonte y por el hermano mayor de la hermandad Matriz de Almonte.
El Papa pisó las arenas del Rocío entre aplausos y vítores: “Viva la Virgen del Rocío!”, “¡Viva la Blanca Paloma!”, “¡Viva el Papa rociero!”... Muchísima expectación para acoger a su Santidad, que saludó a todas las autoridades que lo esperaban a las puertas del Santuario. Posteriormente, se postró a los pies de María Santísima del Rocío durante varios minutos, donde los numerosos fieles lo acompañaron en silencio.
Poco después, acompañado por el obispo de Huelva, Rafael Conzález Moralejo, salió al balcón del santuario erigido expresamente para dicho acto en una esquina del Santuario. Los aplausos y las palmas al compás rompieron el silencio que se mantuvo durante la oración.
Posteriormente llegaba el momento más esperado, las palabras de su Santidad a los miles de rocieros que se congregaban en la explanada con un discurso que comenzaba así: “Es para mí motivo de honda alegría y de acción gracias culminar mi visita apostólica a la Diócesis de Huelva peregrinando a estas marismas en las que la Madre de Dios recibe, en la romería de Pentecostés e incesantemente durante todo el año, el vibrante homenaje de devoción de sus hijos de Andalucía y de muchos otros lugares de España. A esa multitud incontable de romeros, he querido reunirme hoy, ante esta bellísima imagen de la Virgen, para venerar a nuestra Madre del cielo”.
Juan Pablo II continuaba sus bellas palabras aludiendo a la felicidad que sentía de estar en el Rocío: “Queridas hermanas y hermanos rocieros, me siento feliz de estar con vosotros en esta hermosa tarde, aquí, en este paraje bellísimo de Almonte y ante este bendito Santuario, en el que acabo de orar por la Iglesia y por el mundo (…) antes de bendeciros, alabemos juntos a María: ¡Viva la Virgen del Rocío!, ¡viva la Blanca Paloma!, ¡que viva la madre de Dios!“. Ante la interrupción varias veces de su discurso por los aplausos, el Santo Padre decía: “Se ve que lo decís de verdad, se ve con este aplauso (…) ¡Que todo el mundo sea rociero!”. Dejando así para la historia del Rocío una frase que tan hondo caló en el corazón de los rocieros que pronto se fundariasn hermandades y asociaciones fuera de nuestro país.