La codicia

La reflexión del Evangelio dominical nos recuerda que la codicia es una «insesatez» que «muestra nuestra insatisfacción»

La codicia

José-Román Flecha Andrés

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“Guardaos de toda clase de codicia” (Lc 12, 15,)

Señor Jesús, tú nos has enseñado a orar, pidiendo al Padre que no nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal. Y nos has exhortado a procurar superar con su ayuda las tentaciones que nos van saliendo al paso por el camino.

Entre todas las tentaciones ocupa un puesto especialmente peligroso la de la codicia. Sabemos que hay muchas personas que consideran como un valor imprescindible el deseo de poseer bienes y riquezas.

Sin embargo tú nos has enseñado que nuestras posesiones materiales no son el signo ni constituyen la revelación de la verdadera felicidad. Es más, tú has definido la codicia como una insensatez.

Creo que esa calificación no puede ser exclusiva de los creyentes. La misma experiencia humana nos dice que la codicia refleja casi siempre una lamentable debilidad humana. La codicia manifiesta nuestra insatisfacción.

Una seria reflexión sobre nuestra vida nos llevará a arrepentirnos de nuestra avaricia. Y nos ayudará a comprender que los bienes adquiridos no nos han traído la felicidad que esperábamos.

“Guardaos de toda clase de codicia”. No podemos ignorar esa advertencia tuya. Con ella nos diriges una urgente llamada a la sensatez. Nunca deberíamos olvidar que la avaricia es una señal de la necedad.

Tú dijiste alguna vez que “hay más gozo en dar que en recibir”. Tanto en los momentos de serenidad como en los tiempos de crisis podemos constatar la profunda verdad de aquella enseñanza tuya.

Deseamos que nuestra experiencia y tu gracia nos ayuden a superar la tentación de la codicia. Y que nos lleven a remar contra esa corriente que nos impulsa a anhelar tantos bienes inútiles y superfluos.

Te rogamos que nos envíes tu Espíritu para que su luz nos ayude a desprendernos del pesado fardo de todo lo inútil que hemos ido acumulando a lo largo de toda nuestra vida. De ese desprendimiento depende nuestra libe­­rtad.

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