La compañía

José-Román Flecha Andrés

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Señor Jesús, Charles Péguy subrayaba la belleza de las tres parábolas de las pérdidas y los hallazgos. Un pastor perdió una oveja y salió a buscarla. Una mujer perdió una moneda y la buscó atentamente. Un padre perdió a un hijo y salió a esperarlo.

Muchas veces he meditado la parábola del hijo que se alejó de casa y regresó a ella más movido por el hambre que por el amor filial. Tú no pusiste en la boca del padre ni una palabra hacia él. Ni un lamento cuando se va de casa, Ni una exclamación cuando regresa.

El padre ordena a los criados que le preparen una acogida digna. Son conmovedores los gestos del padre, pero tal vez es la emoción la que no le permite dirigir al joven una palabra de bienvenida.

Tardé mucho en fijarme en la frialdad del hermano mayor. Es asombrosa su dureza. Su desprecio a su hermano es una dura crítica contra el padre. Sin embargo, el padre le recuerda el sentido y el valor de la compañía: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo”.

Antes de reprender a este hijo, el padre le recuerda una situación que ha de ser vocación. La compañía del padre, el gozar de su presencia, el poder vivir el don de la paternidad y la vivencia de la filialidad. Todo es gracia.

No basta con estar juntos. Se puede vivir junto a una fuente y morir de sed. Se puede disfrutar de la presencia y del amor del padre y, sin embargo, vivir en una orfandad que es causada por el egoísmo y la rutina.

Hoy tengo que pedir perdón porque he vivido en la casa del Padre, pero ocupado tan solo de mis cosas. Es una desgracia este vivir en la ausencia cuando parece que vivimos en la presencia de la persona que nos ama.

“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo”. No puedo ni quiero ignorar que estas palabras del Padre más que un reproche son el evangelio de la compañía. Son la mejor y la causa de todas las buenas noticias.

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