Espíritu de libertad
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Señor Jesús, tú sabes bien que muchas personas se creen hoy capacitadas para llevar a cabo importantes iniciativas que en realidad no conocen bien. Se consideran especialistas en campos y en actividades que nunca han frecuentado.
Pero no debo yo juzgar a quienes viven de esa autoestima. También yo confío en mi propio saber y entender cuando opino sobre la realidad que me rodea. Lo mismo ocurre cuando llega la hora de tomar decisiones importantes para mi vida y para la misión que me ha sido confiada.
Esta tentación personal se repite en las instituciones sociales y políticas. Tú, sabes, Señor, que también en nuestra Iglesia, que es la tuya, se toman a veces decisiones demasiado apresuradas. O motivadas por el estilo de la mundanidad, como dice el papa Francisco.
Debemos prestar más atención a las palabras con las que tú te despedías de tus discípulos. Tú conocías sus pretensiones y sus temores, su altanería y sus flaquezas, la rapidez con la que habían decidido seguirte y las manifestaciones que delataban sus intereses personales.
“Recibid el Espíritu Santo”. Eso les dijiste. Tú les habías prometido el sagrado don del Espírito divino. Tú les entregabas el Espíritu que había estado presente en la creación del mundo y que sigue sustentando el milagro de la vida. El Espíritu que había animado a los profetas. Y el Espíritu que había descendido sobre ti en el momento de tu bautismo.
“Recibid el Espíritu Santo”. Y eso nos dices también hoy a nosotros. No podemos olvidar que tú nos invitas a “recibirlo”. Tú no impones a nuestra libertad ese don divino. Pero tú sabes que nuestra libertad solo será verdadera cuando aceptemos agradecidos ese don gratuito. Eso es: cuando abramos a él nuestra mente, nuestros brazos y nuestro corazón.
Señor Jesús, envíanos tu Espíritu de libertad y renovarás la faz de esta tierra y de nuestra sociedad. De esta vida nuestra. Amén.