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José-Román Flecha Andrés

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“Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas” (Gén 15,5). Con estas palabras se dirige Dios a Moisés para anunciarle que tendrá una abundante descendencia. A ese sorprendente anuncio sigue el rito del inicio de una alianza de Dios con aquel patriarca.

Con el salmo responsorial nosotros hacemos nuestra esa revelación divina, proclamando nuestra fe y nuestra confianza: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? El Señor es el refugio de mi vida, ¿por qué he de temblar?” (Sal 27,1).

En la segunda lectura de la misa de este domingo, San Pablo recuerda a los fieles de la ciudad de Filipos que el Señor Jesucristo “transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3,20-21).

CUATRO NOTAS

En el evangelio que hoy se proclama se nos recuerda la transfiguración de Jesús (Lc 9,28-36). En él hay cuatro notas que nos informan sobre el misterio:

• Jesús sube a un monte a orar. En su tiempo se entendía que el monte acercaba a las personas a la divinidad. Jesús busca un lugar apropiado para la oración. En presencia de Dios desea comprender el sentido de la entrega de su vida.

• Lleva consigo al monte a tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Jesús sabe que ese será un momento muy importante. Y desea que sus tres discípulos predilectos estén cerca de él, como testigos de su manifestación.

• El aspecto de su rostro se muda. Y sus vestidos son de una blancura fulgurante. La transfiguración de Jesús alcanza también a sus vestidos. Por un momento todo él refleja la dimensión celestial de su existencia.

• Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías que hablan de su partida, que se va a cumplir en Jerusalén. Si el destino de Jesús es la entrega por los hombres, habrá que reconocer que esa misión ya había sido anunciada por la Ley y los Profetas.

UN DESEO ESPONTÁNEO

Según el texto evangélico, Pedro y sus compañeros están cargados de sueño, pero permanecen despiertos, y ven su gloria. Al separarse los dos hombres que estaban con él, Pedro manifiesta su deseo a Jesús:

• “Maestro, bueno es estarnos aquí”. Esas palabras del apóstol revelan sus sentimientos más profundos. Habituado a los trabajos en el lago, vive esperando un mesías glorioso y triunfante. Pero bajando del monte se encontrará con la realidad del dolor.

• “Maestro, bueno es estarnos aquí”. Ese deseo de Simón Pedro encuentra un eco en la vida de la Iglesia. A lo largo de los siglos su vocación contemplativa ha precedido y sostenido siempre su dedicación a los enfermos y marginados.

• “Maestro, bueno es estarnos aquí”. Esa expresión del pescador de Galilea refleja el anhelo inconsciente de una humanidad que busca con afán la paz y la luz de lo divino que puede iluminar el dolor humano.

- Señor Jesús, te reconocemos como el Hijo amado del Padre. La revelación de tu divinidad en el monte es luz para nuestro camino. Que la gloria de la transfiguración nos ayude a aceptar y agradecer el sacrificio de tu vida por nosotros. Amén.