Orar como Dios quiere

La reflexión del Evangelio dominical relata el pasaje en el que Jesús enseñó a sus discípulos el Padrenuestro y nos invita a reconocer nuestras debilidades

Orar como Dios quiere

José-Román Flecha Andrés

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“Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez? Contestó el Señor: En atencion a los diez no la destruiré”. Abrahán había recibido la visita de Dios. Todo le movía a dirigirse a él confiadamente. Hasta se atrevió a pedirle que tuviera compasión de la ciudad de Sodoma (Gen 18,20-32).

Con el salmo responsorial, nosotros confesamos que Dios siempre escucha nuestra sùplica y nos llena de valor cuando le invocamos (Sal 137).

Por su parte, san Pablo escribe a los cristianos de la ciudad de Colosas que, por medio de Cristo, Dios les ha mostrado su misericordia y les ha perdonado todos los pecados (Col 2, 12-14).

El modelo de la oración

En el evangelio que se proclama en este domingo (Lc 11,1-13) encontramos un tratado sobre la oración que resulta muy completo a pesar de su brevedad. De hecho, contiene un modelo, una parábola, una exhortación y una profecía.

• El modelo es la oración del Padrenuestro. Juan Bautista había enseñado a orar a sus seguidores. Los discípulos de Jesús desean que su Maestro les enseñe una oración que sea para ellos un distintivo. Una oración que el mismo Jesús rezó por nosotros, como sugiere Santa Teresa de Jesús.

• La parábola presenta una situación que podía ser muy real. No era fácil levantarse en medio de la noche, despertar a los niños y abrir una pesada puerta para entregar unos panes a un amigo que venía a pedirlos a una hora intempestiva. Sin embargo, Dios escucha siempre la oración de quien lo invoca.

• La exhortación incluye tres imperativos inolvidables: “Pedid, buscad y llamad”. Con ellos se indica que los seres humanos no somos tan autosuficientes como a veces nos creemos. Pero tampoco podemos ser tan desconfiados como somos. Necesitamos a Dios. Y el Señor promete que Dios responderá a nuestra petición.

El don del Espíritu

El texto evangélico contiene también una profecía en la que se mencionan tres de las peticiones que un niño podía dirigir a su padre.

• Si un hijo pide a su padre un pan, el padre no le dará una piedra. Si un hijo pide un pescado, ningún padre le dará una serpiente. Si un hijo pide un huevo, el padre nunca le dará un pequeño alacrán de los que se encuentran en el desierto.

• La imagen de un padre que está atento a las necesidades de su hijo nos revela la compasión de Dios: “Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

• La última parte de la promesa puede resultar sorprendente para unos creyentes que con frecuencia oran por interés. La profecía de Jesús nos invita a superar la tentación de lo inmediato. El verdadero don que se nos promete es el Espíritu mismo de Jesús.

Padre de los cielos, las crisis de cada día nos enseñan a reconocer nuestra debilidad humana. Somos conscientes de que te necesitamos. Queremos confiar en tu bondad y misericordia. Y descubrir cada día que el gran don que Jesús ha prometido a nuestra oración es el Espíritu Santo. Bendito seas por siempre. Amén.

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