El pastor y su rebaño
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“Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor” (Hch 13,46). Pablo y Bernabé habían querido anunciar el mensaje de Jesucristo a los judíos, pero ellos respondieron con blasfemias.
Sin embargo, los gentiles, es decir los miembros de la comunidad helenista, recibieron con alegría la noticia de que aquellos apóstoles habían decidido entregarles a ellos aquel mensaje de savación. Así que alabaron la palabra del Señor, la acogieron y la difundieron por toda la región. Aquella experiencia reveló a los misioneros lo que el Señor esperaba de ellos.
Con el salmo responsorial anticipamos nuestra actitud ante el mensaje del evangelio: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99).
Nuestra fe nos dice que, a pesar de nuestras tribulaciones, el Cordero que está delante del trono de Dios será nuestro pastor y nos conducirá hacia fuentes de aguas vivas (Ap 7,17).
DONES Y PROMESAS
La imagen de Jesús como pastor es característica de este cuarto domingo de Pascua. En este año vemos que Jesús se identifica con el pastor generoso que guía y protege a las ovejas recibidas de su Padre celestial (Jn 10, 27-30).
De hecho, el evangelio de hoy nos ofrece tres contraposiciones. En las dos primeras se mencionan los dones que revelan la misericordia del buen pastor. Y en la tercera se exponen dos promesas que orientan la esperanza de las ovejas de su rebaño y les ofrecen seguridad para el tiempo de la persecución:
• “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco”. El primer don del buen pastor es la escucha. Quien está dispuesto a escuchar su voz en un tiempo marcado por los discursos de los interesados podrá ser fiel a la llamada del Señor.
• “Mis ovejas me siguen y yo les doy la vida eterna”. El segundo don es la vida sin término. Está especialmente prometida a los fieles que superan sus intereses y siguen al Señor, al igual que las ovejas siguen a su pastor.
• “Mis ovejas no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano”. El tercer don es la promesa de la tutela del pastor sobre las ovejas que han dado pruebas de su pertenencia y de su fidelidad al Señor. Ser de Cristo da una seguridad insuperable.
EL PADRE CELESTIAL
De pronto, el breve texto del evangelio de Juan que hoy se proclama parece dejar de lado la relación de Jesús con sus discípulos y seguidores para revelarnos su relación personal con su Padre celestial. Tres notas la revelan:
• “Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas”. Además de compartir la divinidad, el Padre había confiado a Jesús la preciosa misión de hacer presente en la tierra su gracia y su misericordia. El Padre amaba al mundo y su Hijo lo iba demostrando cada día.
• “Nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre”. Antes y ahora muchos han petendido arrebatarle a Dios las claves del ser y del saber, Pero se olvida que nuestro credo proclama que el Padre es todopoderoso. Y es “todo-misericordioso”.
• “Yo y el Padre somos uno”. El evangelio según Juan insiste una y tra vez en repetir esta unidad existente entre el Padre y el hijo. Una unidad en el ser y en el obrar, en el amar y en el perdonar. En el Hijo hemos descubierto el verdadero rostro del Padre.
Señor Jesús, Juan Bautista te presentó como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Aquella imagen que remitía a los ritos del templo nos lleva también a considerarte como nuestro Pastor. Sabemos y creemos que tú nos guías por el camino y nos defiendes del mal. Queremos permancer a la escucha fiel de tu palabra. Danos tu luz y tu fuerza para anunciarla y tu gracia y tu ayuda para dar testimonio de ella con nuestra vida. Amén.