El poder, la verdad y el amor
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“Todo lo que tiene el Padre es mío. El Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará” (Jn 16, 12)
Señor Jesús, tú sabes que nos resulta muy difícil atisbar el misterio de la Trinidad de Dios. Seguramente, tampoco tus discípulos llegaron a comprender el lenguaje con el que tú te referías a esta sagrada realidad.
En el contexto de la última cena, tú les revelabas tu profunda unidad con el Padre celestial. Al mismo tiempo, les anunciabas el envío del Espíritu Consolador, que había de conducirlos a la verdad completa. De alguna forma tú te presentabas como el puente entre el Padre y el Espíritu.
A lo largo de los siglos tus seguidores se han preguntado muchas veces qué podía significar esa relación. Según tu palabra, el Padre de los cielos no estaba lejos de nuestra tierra. Y el Espíritu aparecía a los ojos de los creyentes como la fuente de la luz y de la vida.
Nosotros vivimos en una cultura que parece haber olvidado la importancia del Padre y el sentido de la paternidad. Por otra parte, en nuestro tiempo se identifica al Espíritu con los sentimientos cambiantes de cada persona.
Señor Jesús, nosotros comenzamos nuestra jornada en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Con esa oración nos unimos a la liturgia de la Iglesia. Sin embargo, no siempre somos conscientes de la verdad que profesamos y del bien que esperamos confesar ante este mundo nuestro.
Invitados a meditar el misterio de la Santa Trinidad, te rogamos que nos concedas la sencilla humildad de sabernos hijos del Padre y la confianza esperanzada de que el Espíritu nos lleve al conocimiento de la verdad y a su realización en el mundo.
Queremos ser testigos del poder y la misericordia del Padre, de la verdad y la entrega del Hijo, de la luz y el amor del Espíritu. Concédenos tú la sinceridad y la coherencia para que esta nuestra fe signifique y realice nuestra aceptación de tu ser y tu mensaje. Amén.