La puerta del rebaño
El Evangelio de esta semana nos presenta a Jesús como un lugar de encuentro: a través de él toda persona puede encontrarse con Dios
Publicado el
3 min lectura
“Salvaos de esta generación perversa?” Con esas palabras responde Pedro a las gentes que le preguntan qué han de hacer, tras escuchar de boca del Apósotol que Dios había constituido a Jesús como Señor y Mesías (Hch 2,14.36-41).
Tal vez la palabra “salvación” no sea muy significativa para las gentes de hoy. De todas formas todos podemos comprender que la salvación no viene de lo que tenemos o fabricamos. Es un don que recibimos gratuitamente del Salvador.
Con el salmo responsorial, en la celebración litúrgica nosotros lo proclamamos como nuestro pastor y nuestro guía: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22).
También a nosotros se dirigen las palabras que hoy se leen en la primera carta de Pedro: “Andabais errantes como ovejas, pero ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas” (1 Pe 2,25).
El encuentro
En el domingo cuarto de Pascua todos los años recordamos la figura del Buen Pastor. En este año, Jesús se aplica a sí mismo la imagen de la puerta del aprisco: “Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir y encontrará pastos” (Jn 10, 9).
Bien sabemos que la puerta cierra la casa y defiende nuestra intimidad. Pero, al mismo tiempo, la puerta nos libera del encierro, facilita la salida y el encuentro con el ambiente. Además, con gusto hacemos saber a nuestros familiares y amigos que la puerta de nuestra casa está abierta para acogerlos.
Al revelarse como la puerta, Jesús se nos presenta como un lugar de encuentro. Efectivamete, en Jesús toda persona puede encontrarse con Dios. En Jesús, Dios se nos abre y manifiesta, nos sale al encuentro, nos acoge y nos perdona.
Pero con esa imagen tan cercana y comprensible, Jesús nos advierte para que no abramos la puerta a los falsos redentores. Solo merecen nuestra acogida quienes llegan hasta nuestra casa trayendo la paz y la verdad.
La Salvación
De todas formas, Jesús no solo se nos manifiesta como “la puerta” del aprisco. Nos revela también cómo acercarnos a él y cómo imitar su estilo de vida.
• “Quien entre por mí se salvará”. Jesús es la vida y la paz, la fuente de la reconciliación y la raíz de la esperanza. Solo la puerta de la verdad, que es Jesús resucitado, nos abre al camino que nos lleva a la salvación.
• “Quien entre por mí podrá entrar y salir”. Jesús es una puerta que no tiene cerrojos. Podemos acercarnos a él o pretender ignorarlo. A veces pensamos que Jesús es un obstáculo para nuestra realización personal, cuando él es el acceso a la verdadera libertad.
• “Quien entre por mí encontrara pastos”. Jesús es la puerta que nos abre a buenos pastos. Es cierto que en el mundo hay otras salidas posibles, pero no todas nos conducen a los pastos de la verdad, de la paz y la justicia.
Señor Jesús, nuestra fe nos lleva a creer que tú eres la puerta que nos abre al misterio de Dios. Además, sabemos que tú nos facilitas la posibilidad del encuentro con nuestros hermanos. Y, en contra de lo que se nos propone cada día, tú nos abres a la esperanza de nuestra propia realización. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.