Fe y resurección

El Evangelio de hoy nos hace reflexionar acerca de la resurrección y la vida eterna. Jesús sugiere que es con la muerte cuando comienza la vida verdadera

Fe y resurrección

José-Román Flecha Andrés

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“Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú en cambio no resucitarás para la vida” (2 Mac 7,14). Así interpela al rey Antíoco IV Epífanes el cuarto de los hermanos macabeos, que fueron torturados y martirizados por aquel tirano.

Es precisamente en aquel tiempo de persecución contra los judíos cuando se afianza la creencia en la resurrección de los muertos. Hasta las gentes más sencillas han llegado a descubrir que Dios no puede negar la vida eterna a los que han dado por él la vida temporal.

En la oración de un levita, el salmo responsorial evoca ya la fe en la resurrección: “Con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante” (Sal 16,15).

Por su parte, san Pablo escribe a los fieles de la ciudad de Tesalónica que los creyentes esperamos que el Padre celestial nos conceda amarle, manteniéndonos en fidelidad a Jesucristo y en constancia a través de todas las circunstancias de la vida (2 Tes 3,5).

La muerte y la vida

Ya sabemos que en tiempos de Jesús los saduceos y los sacerdotes no creían en la resurrección de los muertos. De hecho, algunos de ellos se acercaron al Maestro y le contaron una leyenda que se apoyaba en la ley del levirato (Dt 25,5) y en el recuerdo de Sara, la que sería esposa del joven Tobías (Tob 3,8).

La cuestión mencionaba a una mujer que se había casado con siete hombres. Pues bien, ¿de cuál de ellos sería esposa a la hora de la resurrección? Jesús respondió recordando que la unión conyugal tiene sentido para perpetuar la especie humana. Por tanto, en la vida eterna los llamados por Dios a la resurrección ya no se casarán.

Habitualmente pensamos que la vida termina con la muerte. Jesús sugiere que es con la muerte cuando comienza la vida verdadera. Pero esta visión de la existencia parece que no era comprendida por sus interlocutores.

Llamados a resucitar

Al acercase a Jesús, los saduceos citaban un texto de la Escritura. Jesús recurre a otro texto muy conocido: el de la zarza que ardía sin consumirse. En ella Moisés descubrió al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob (Ex 3,6). Jesús deduce que los patriarcas continuaban vivos en la presencia del Dios. Y de esa fe extraía él dos importantes conclusiones:

• “No es Dios de muertos, sino de vivos”. Dios no puede renunciar a su poder creador ni a la misericordia que derrama sobre todos sus hijos. Para él, todos son hijos de la resurrección. El Dios de los vivos no está rodeado de muertos.

• “Para él todos están vivos”. Esa es la revelación del Dios de la vida. Y es una vibrante interpelación para los hombres. No podemos olvidar a nuestros hermanos que sufren como si ya estuvieran muertos. Si Dios ama la vida, nosotros no podemos despreciarla.

Señor Jesús, nosotros creemos y anunciamos que tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Vivimos en una sociedad que parece haber optado por la cultura de la muerte. Que tu Espíritu nos ayude a comprender y confesar que estamos llamados a resucitar para vivir contigo en el amor y en la gloria.

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