El retorno
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“El día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas. Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná” (Jos 5, 11-12).
La llegada a la tierra de Canaán marca el final de la peregrinación de los hebreos por el desierto. En este caso, el texto del libro de Josué nos orienta ya hacia la celebración de la Pascua.
El salmo responsorial (33,2-7) nos exhorta a agradecer los dones del Señor: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. La providencia que Dios demostró a su pueblo es vista ahora como una prenda del amor misericordioso con que vela por cada uno de nosotros.
En el mensaje de san Pablo a los Corintios hasta cinco veces aparece la mención de la reconciliación. Ese don gratuito de Dios se convierte en un ministerio que todos nosotros estamos llamados a realizar con todos estos hermanos en nuestra vida diaria.
EL HAMBRE
El evangelio de este cuarto domingo de cuaresma nos propone la lectura de la parábola del “Hijo pródigo”. Así solemos titularla, aunque bien sabemos que el centro de la parábola es la meditación sobre la generosidad del padre misericordioso.
El hijo que había decidido dejar la casa de su padre, muy pronto se ve en la necesidad de ponerse al servicio de unos amos que no se preocupan por él. Seguramente, por primera vez ha de padecer el hambre. Y el hambre lo impulsa a volver a la casa de su padre.
Cuando regresa a la casa, el padre lo recibe con los brazos abiertos. El relato evangélico parece subrayar el fin del hambre. De hecho, el padre ordena a sus criados que preparen un gran banquete para celebrar la vuelta del hijo que se había perdido.
También en este caso, el mensaje nos recuerda la misericordia y la compasión de Dios, reflejada en el banquete de la fiesta con que el padre acoge a su hijo. En el fondo, se nos dice que Dios nunca es indiferente a la desgracia que puede afectar a sus hijos.
LA FIESTA
En la parábola aparece también el hermano mayor, que se niega a participar en el banquete de la acogida. Pero su padre lo exhorta a vivir con alegría el retorno de su hermano.
• “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”. Es hermoso saber que Dios nos reconoce como hijos, no tiene en cuenta nuestros enojos y nos hace partícipes de lo que él tiene y de lo que él es.
• “Deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Además, Dios nos exhorta a reconocer al otro como nuestro hermano. Y nos invita a celebrar con él la alegría de la vida y el don de la fraternidad.
• “Estaba perdido y lo hermos encontrado”. El padre había perdido al hijo menor. Pero el hijo mayor parece más satisfecho por la pérdida del hemano que por el reencuentro. Sin embargo, la paternidad de Dios nos lleva a celebrar la fiesta de la fraternidad.
- Padre nuestro, nosotros creemos que eres el padre de todos. Sabemos que perdonas nuestro extravío y que nos esperas siempre con los brazos abiertos.Te rogamos que nos ayudes a redescubrir la alegría de la fraternidad y a celebrarla con palabras y gestos de amor y de sinceridad. Amén.