Ser ricos ante Dios

En el Evangelio de este domingo Jesús nos invita a no poner nuestra confianza en los bienes. Hoy aprendemos que valemos más por lo que somos que por lo que tenemos

Ser ricos ante Dios

José-Román Flecha Andrés

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“Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Con esa exclamación se abren las reflexiones del Eclesiastés sobre la vaciedad de nuestros anhelos y sobre nuestra insatisfacción. Sigue siendo actual la pregunta que hoy nos dirige: “¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?” (Eclo 1,2; 2, 21-23).

Esa experiencia de la caducidad de todas las cosas nos lleva a suplicar al Señor: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato (Sal 89,12). Esa sabiduría que viene de lo alto nos exhorta a comparar los bienes de la tierra, tan caducos y ridículos, con el Bien que permanece para siempre.

Nuestra fe nos invita a escuchar el mensaje que San Pablo dirige a los Colosenses: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,1-2).

Una lección mal aprendida

En el evangelio se nos transmite una oportuna exhortación de Jesús, acompañada del fundamento en que él se apoya:

• “Mirad, guardaos de toda clase de codicia”. Esa es una de las tentaciones más frecuentes del ser humano. Pero, como todas las tentaciones, esconde un peligroso engaño. Contra lo que se suele pensar, la avaricia y la codicia no son señales de la realización de la vida. Al contrario, revelan la pobreza interior y la inseguridad de la persona.

• “Aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Se cree que los bienes materiales aseguran la salud y la vida entera. No es verdad. En realidad, el ansia de poseer bienes manifiesta el error en el que se ha instalado una persona. Todos los bienes de la tierra no puede asegurar la vida. Y mucho menos pueden determinar su auténtico valor.

Valemos más por lo que somos que por lo que tenemos. Seguramente esa es una lección que nunca nos enseñaron bien. O que nunca quisimos aprender.

La necedad de un rico

El domingo pasado Jesús nos exhortaba a orar y poner nuestra confianza en Dios (Lc 11,1-13). Hoy Jesús nos invita a no poner nuestra confianza en los bienes (Lc 12,13-21). En su parábola se contraponen los pensamientos del hombre y la sentencia de Dios.

• El hombre es un rico que ha recogido una gran cosecha. El fruto del presente le lleva a programar su futuro. Decide ampliar sus graneros para poder aumentar sus ganancias. Cree que el tener le asegura el ser. El rico parece muy “inteligente”.

• Sin embargo, la voz de Dios lo califica como un “necio”. Está equivocado. No puede contar con el futuro, puesto que tampoco el presente le pertenece. Esa misma noche le van a exigir la vida. Si no tiene asegurado el ser, de poco le va a servir el tener.

El texto concluye con una breve observación que recuerda la necedad del rico: “Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”. En él se nos enseña que estamos hechos para dirigir nuestra mirada a horizontes más amplios y lejanos. Los bienes inmediatos no pueden equipararse con el Bien absoluto.

- Padre de los cielos, perdona la avidez con la que anhelamos poseer los bienes de este mundo. Abre nuestros ojos, para que aprendamos a verlos tan solo como medios para atender a tus hijos, que son nuestros hermanos. Y ayúdanos a confiar en tu providencia. Amén.

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