Una oración constante
El Evangelio de este domingo nos enseña que, a pesar de nuestra debilidad, no debemos dejar de perservar en nuestra oración
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“Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec... Pero Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado” (Éx 17, 8-13).
Allá en el valle, Josué y sus hombres consiguen vencer a los amalecitas. Pero el triunfo no se debe solo a sus fuerzas sino a la oración de Moisés, allá en lo alto del monte, apoyado por Aarón y Jur. Ninguna comunidad debería olvidar esa lección sobre la oración.
El monte aparece también en el salmo responsorial: “Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Sal 120,1-2). El israelita dirige su mirada a lo alto de los montes, donde los cananeos adoran a sus ídolos, creados por manos humanas. Pero la fe le ayuda a mantenerse fiel al Dios creador.
También el apóstol Pablo exhorta a su discípulo Timoteo a mantenerse fiel a las enseñanzas de las Escrituras que conoce desde su niñez (2 Tim 3,14-15).
LA VIUDA Y EL JUEZ
La perseverancia en la oración es el tema del texto evangélico que hoy se proclama (Lc 18,1-8). Jesús ilustra esa idea por medio de una parábola, en la que se contraponen dos personajes y dos actitudes.
• El primer personaje es un juez realmente irresponsable. Ni teme a Dios ni le importan los hombres y mujeres de su pueblo. La observación de nuestro mundo ha hecho decir al papa Francisco que la indiferencia ante lo divino lleva casi siempre al desprecio de lo humano.
• El otro personaje es una viuda que está padeciendo desprecios e insultos de su vecino o de un pariente. Acude al juez, pero este no le hace caso. Al fin, accede a escucharla no movido por su conciencia profesional, sino por la insistencia de la pobre mujer.
• Jesús utiliza esta parábola para hablar del hombre y para hablar de Dios. El creyente ha de perseverar en la oración. Pero Dios no se parece al juez corrupto e indolente. Dios es misericordioso para escuchar la plegaria de los necesitados y para hacerles justicia.
LA FE Y LA ORACIÓN
Al final de la parábola, el evangelista pone en labios de Jesús una pregunta inquietante que, a primera vista, parece fuera de lugar: “¿Cuando venga el Hijo del hombre encontrará esta fe en la tierra?” Estas palabras del Maestro nos interpelan a todos.
• En primer lugar, se alude a la venida del Hijo del hombre. La afirmamos en el Credo, pero la olvidamos en la práctica. El cristiano no puede olvidar la invitación a vivir esperando la venida del Señor.
• Por otra parte, se dice que la oración no puede separarse de la fe. Muchas personas se sienten agobidas y nos piden oraciones. Pero nos preguntamos si también ellas son fieles a la oración. Ora quien tiene fe. Y tiene fe quien se mantiene en la oración.
• Y finalmente, pensamos en todos los que se preguntan y nos preguntan todos los días dónde está Dios. Sin embargo, también Jesús tiene una pregunta. De hecho se pregunta y nos pregunta dónde está nuestra fe.
- Señor Jesús, tú sabes muy bien que somos débiles e inconstantes en la práctica del bien. Y por desgracia, la oración no es una excepción. Cuando oramos, solemos presentar ante ti nuestras necesidades. Pero la primera necesidad es precisamente la de perseverar en la oración. Concédenos el don de la constancia. Amén.