Cuadros de espiritualidad, Febrero 2018, por la laica Araceli de Anca
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La Iglesia ?Esposa de Cristo- jamás se cansará de derramar amor, sabiduría y doctrina sobre sus hijos y sobre los que la buscan (cfr. Eclesiástico 24, 46-47).
Observemos el espíritu de servicio que se respira en la familia cristiana: en esta comunidad de amor nacen, crecen y se forman los hijos; en ella hay mucho amor, muchas alegrías y muchas penas compartidas… y sucederá, además, algo maravilloso: de ese amor se beneficiarán muchas almas, en gestos y en actos de solidaridad.
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Lo observamos asimismo en la Iglesia. Vemos cómo en Ella nacen cada día por el Bautismo los hijos de Dios; vemos cómo los alimenta con los Sacramentos; les imparte doctrina y les llena de sabiduría; cómo en ellos derrama el Amor que recibe del Espíritu Santo; y cómo por la Comunión de los Santos consigue que participen de sus bienes, los unos de los otros.
Amor, sabiduría y doctrina que la Santa Madre Iglesia ofrece también a los no bautizados, los que por lo tanto no forman parte de su Familia; y rogando por todas las almas, la Iglesia ayuda a tantos y tantos con obras de fraternidad; y consuela con el Consuelo divino a los que sufren.
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Por eso, bien podemos aplicar a la Iglesia lo que la Escritura Santa dice de la Sabiduría divina:
"Derramaré mi enseñanza como una profecía,/ la dejaré para las generaciones futuras,/ y no cesaré de anunciarla a sus descendientes hasta la edad santa./ Ved que no he trabajado sólo para mí,/ sino para todos los que la buscan" (Eclesiástico 24, 46-47).
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En el Plan divino de Salvación ?dirigido al conjunto de la Humanidad-, Cristo nos conquista la filiación divina.
Comienza este Plan divino de Salvación con la Redención: "Misión" que Cristo, el Hijo de Dios ?Segunda Persona de la Santísima Trinidad- recibe del Padre celestial.
Restaurará Cristo el desorden que se instauró en el mundo a partir del pecado de Adán y Eva y de todos los que después se cometerán. Y lo restaurará por los Méritos de su Vida entera y por su Pasión, Muerte de Cruz, Resurrección y Ascensión al Cielo. Así leemos en la Epístola a los Hebreos: Cristo, "después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó en los cielos a la diestra de la Majestad" (Hebreos 1, 3): Glorificación de Cristo que, ejerciendo su potestad de "Kirios", causa nuestra salvación.
De ahí el urgente afán de san Pío X de restaurar todo en Cristo. Él decía: "Restaurar todas las cosas en Cristo, para que Cristo sea todo en todos" (Programa de su Pontificado).
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Y el Plan de Salvación se desarrolla con la "Misión" del Espíritu divino enviado por el Padre y el Hijo. Espíritu Santo que comunicará a la Iglesia la Gracia santificante, sobre todo por los Sacramentos.
"El Espíritu Santo ?escribe F. Fernández Carvajal y P. Beteta-, además de otros muchos dones, nos concede el más importante: se da Él mismo, y con ello diviniza el alma, como afirmaron los Padres de la Iglesia: ‘Del Espíritu Santo proviene el conocimiento de las cosas futuras, la inteligencia de los misterios, la comprensión de las verdades ocultas, la distribución de los dones, la ciudadanía celeste, la conversación con los ángeles. De Él, la alegría que nunca termina, la perseverancia en Dios, la semejanza con Dios y, lo más sublime que puede ser pensado, el hacerse Dios’; es decir, endiosarse" (Hijos de Dios, cap. V).
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"Esta es la nueva era ?continúan diciendo los autores citados-, la de los hijos de Dios. ‘Hijos de Dios son, en efecto, como enseña el Apóstol, los que son guiados por el Espíritu. La filiación divina nace en los hombres sobre la base del misterio de la Encarnación, o sea, gracias a Cristo, el eterno Hijo. Pero el nacimiento, o el nacer de nuevo, tiene lugar cuando Dios Padre ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo. Entonces, realmente recibimos un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar ¡Abbá!, ¡Padre!'" (o. c.).
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El alma en Gracia, portadora de Dios, irá al Padre celestial con la Fuerza del Espíritu Santo, mas siempre por Cristo, con Él y en Él.
¡Que nadie desprecie la invitación de Cristo a hacer con Él el único viaje que merece la pena!, y del que san Juan Pablo II dirá: "La eternidad ha entrado en la vida humana. Ahora la vida humana está llamada a hacer con Cristo el viaje desde el tiempo a la eternidad" (Audiencia general 10-XII-1997).
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El hombre puede buscar a Dios, y de hecho le busca, mas por sí solo no puede encontrarlo, y menos encontrar el camino del Cielo; por eso, Cristo vino a buscarle. Cristo dirá: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Juan 16, 28).
Y llevará al Padre, a lo largo de los siglos, a los que se dejen salvar: esto es, los que desearon que el Espíritu habitara en el centro de sus almas.
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San Ignacio de Antioquia escribe con ingenio y sentido sobrenatural: "Han pasado algunos que venían con mala doctrina, a los cuales no habéis permitido sembrar entre vosotros, cerrando los oídos para no recibir lo que siembran, como piedras que sois del templo del Padre, dispuestos para la edificación de Dios Padre, elevados a lo alto por la máquina de Jesucristo, que es la cruz, y ayudados del Espíritu Santo que es la cuerda. Vuestra fe es vuestra grúa; y el amor, el camino que os conduce a Dios. Así pues, todos vosotros sois compañeros de camino, portadores de Dios y portadores de un templo, portadores de Cristo, portadores del Espíritu Santo, adornados en todo con los mandatos de Jesucristo" (Carta a los efesios).
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Es Misión del Espíritu Santo reproducir en el hombre la Imagen de Cristo.
Martillo y cincel, un golpe y otro golpe. El escultor hace saltar de un bloque de mármol grandes piedras y otras muchas pequeñas. El resultado: una bella escultura.
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Y el Espíritu Santo, si no le ponemos obstáculos, cincelará en nuestras almas la Imagen de Cristo, a veces con golpes suaves ?mociones que se sienten con claridad en el alma-, a veces con golpes fuertes que duelen ?acontecimientos penosos- destinados a purificarnos (en esta tierra o en el Purgatorio) para llegar limpios al Cielo: lugar de Eterna Felicidad donde sólo entra quien a Cristo se parece.
Y al cincelar nuestras almas, el Escultor divino nos infundirá más y más Gracia santificante, nos regalará sus Dones y nos llenará de sus Frutos…, pero nos pide que nos dejemos ayudar para facilitarle esa su tarea santificadora.
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Porque "cada uno de los Santos ?dice san Juan XXIII- es una obra maestra del Espíritu Santo" (Alocución 5-VI-1960), pediremos al Espíritu divino, con la Liturgia de la Iglesia, que la realice también en nosotros: "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor"
(Secuencia de la Misa del Domingo de Pentecostés).
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La Santa Misa es renovación de nuestra Redención.
De lo más sublime que podemos hablar, esencial en nuestra vida interior, es de la Santa Misa. En ella distinguimos:
La Liturgia de la Palabra.
Allí nos van a leer textos del Antiguo Testamento y textos de la predicación de Cristo y de sus Misterios: Encarnación, Vida oculta y Vida de predicación, de su Pasión, Muerte, Resurrección, Ascensión a los Cielos y de su Glorificación a la derecha de Dios Padre.
Y de entre los textos bíblicos se nos va a decir que Jesucristo, Dios y Hombre, después de consumar su Redención en la Cruz, y una vez glorificado, nos enviará otro Paráclito, el Espíritu Santo, de cuyo gozoso envío nos dirá el Señor: "Os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros" (Juan 16, 7).
¡El Espíritu Santo va a ser, ¡es!, Fruto de la Cruz y de la Oración de Cristo!
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La Plegaria Eucarística.
Llega ahora el punto central de la Santa Misa. El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, Don de Dios infinitamente Excelso, desde el día de Pentecostés guiará a la Iglesia vivificándola. Y así como este Espíritu divino trajo a Jesucristo a la Tierra, ahora le traerá al Altar: el sacerdote?Cristo invocará al Espíritu divino para que realice en la Consagración -momento culminante de la Santa Misa-, la Transubstanciación, acción divina que, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, "Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este Sacramento" (nº 1375).
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El Rito de la Comunión.
Por fin, una vez renovada la Redención, como así ha sido, en la Consagración, por Cristo, con Él y en Él nos dirigimos como verdaderos hijos al Padre Celestial rezando el Padrenuestro -oración que el mismo Cristo nos enseñó-; y a continuación, y como prueba de su Amor divino, quien esté en Gracia podrá ser alimentado con su Preciosísimo Cuerpo y con Él fortalecido en su peregrinaje hacia el Cielo.
"Tenemos con nosotros el ‘pan de los peregrinos’ ?dirá san Juan Pablo II-, el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, que se nos ofrece como fuente inagotable, para sacar de ella fuerza, serenidad, confianza en cada momento de la existencia"
(Hom. Roma, 11-II-1981).
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Aprender a corredimir con Jesucristo.
Y corredimiremos cuando…
Cuando decimos a Jesús que puede contar con nosotros en su Empresa divina de restaurar todas las cosas en Él.
Nos necesitó el Señor en el Huerto de los Olivos la noche anterior a su Pasión; y porque nos necesita también ahora, acudiremos sin demora para que no nos tenga que decir como entonces dijo a sus discípulos: "¿Ni siquiera habéis sido capaces de velar una hora conmigo?" (Mateo 26, 40).
Estando en amistad con Dios, rezando con los labios y velando con el corazón, y también con el trabajo ofrecido por amor, que es convertir cuanto tocamos en oración, hacemos saber al Señor que cuenta con nosotros, que estamos dispuestos a tomar parte con Él en su Empresa de Redención.
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Cuando tenemos una vida de piedad que consuela a Cristo, y consuela a los demás.
No necesitó la Verónica que le dijeran -cuando vio a Jesús cargado con la Cruz, maltratado por la muchedumbre y los soldados romanos- que enjugara con su pañuelo el Rostro divino, haciéndolo con todo amor.
Y seremos consuelo de Cristo cuando lo seamos con nuestros hermanos, acto de amor que recibirá agradecido porque Él mismo nos dijo: "Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos, a mí me lo hicisteis" (Mateo 25, 31-46). ¡Bendito consuelo el que le prestamos en su tarea de Redentor!
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Cuando hacemos descansar a Jesús aceptando su Voluntad, manifestada en las Causas segundas.
Cuando en la vida nos salen al paso contrariedades -al igual que al Cireneo en su vida ordinaria de trabajo le salió al paso la Cruz de Cristo (cfr. Marcos 15, 21)-, nosotros debemos ver en ellas la Santa Cruz de Cristo que nos sale al paso, y así, permitida por la Providencia divina, tomándola como si fuera la misma Cruz de Cristo, corredimiremos con Él.
"A veces la Cruz aparece sin buscarla ?medita san Josemaría Escrivá-: es Cristo que pregunta por nosotros. Y si acaso ante esa Cruz inesperada, y tal vez por eso más oscura, el corazón mostrara repugnancia… no le des consuelos. Y, lleno de una noble compasión, cuando los pida, dile despacio, como en confidencia: corazón, ¡corazón en la Cruz!, ¡corazón en la Cruz!" (Vía Crucis. V Estación).
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Dios verá buenas y bellas nuestras obras y agradable nuestro amor, pero siempre a través de su Bondad, de su Belleza y de su Amor.
Cuando el amor lo hacemos sentir en el otro.
¡Qué pena! La experiencia muestra cómo el golfillo que se crió sin amor y a golpes, el día de mañana, muy probablemente, mirará con recelo a quien se cruce en su vida, con el peligro añadido de convertirse en un conflictivo agresor.
Se dice que se puede vivir en la pobreza pero no en el desamor. Se asegura que la experiencia de ser querido se transforma en impulso que agranda la generosidad del amor. Y si falta, se tendrán muchos prejuicios para llegar a amar verdaderamente.
Pero el amor humano, aun el gran amor, nunca será totalmente satisfecho: el amor humano adquiere su sentido y pleno significado en el Amor divino.
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Cuando nuestra vida la vivimos Amando a Dios.
La pauta para vivir sin sobresalto en una "guerra" tan dura como es la vida en la tierra, nos la da santa Teresa, explicando que esta vida nuestra está compuesta de amor y temor.
"…el amor ?escribe la Santa a las hermanas del convento- nos hará apresurar los pasos; el temor nos hará ir mirando a dónde ponemos los pies para no caer por camino a donde hay tanto en que tropezar como caminamos todos los que vivimos, y con esto a buen seguro que no seamos engañados (…), ¡amor y temor de Dios! Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo y a los demonios (…), si sentís este amor de Dios andad alegres y quietas, que por haceros turbar el alma para que no goce tan grandes bienes os pondrá el demonio mil temores falsos y hará que otros os los pongan; porque ya que no puede ganaros, al menos procura hacernos algo perder y que pierdan los que pudieran ganar mucho" (Camino de perfección 40, 1-5).
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Cuando nosotros nos dejamos Amar por Dios.
¡Cuánto nos ama Dios el Señor! Cuanto nos ama lo expresa santa Teresita del Niño Jesús con el acertado símil del caleidoscopio, juguete con el que la Santa se había divertido en su infancia.
"…me admiraba; no comprendía cómo podía producirse un fenómeno tan bonito, hasta que un día, después de un serio examen, descubrí que eran sólo unos pedacitos de papel y de lana cortados de cualquier modo y echados allí sin orden ni concierto. Proseguir mis investigaciones, y descubrir entonces tres espejos en el interior del tubo, lo cual me dio la clave del enigma.
Esto fue para mí la imagen de un gran misterio; mientras nuestros actos, aun los más insignificantes, no salen fuera del foco del amor, la Santísima Trinidad, figurada por los tres espejos, les da un tinte y belleza admirables. Mirándonos Jesús por medio de la pequeña luneta, esto es, como a través de sí mismo, halla siempre hermosas todas nuestras obras. Pero si salimos del centro inefable del amor, ¿qué verá? Briznas de paja, acciones empañadas y sin valor alguno" (Consejos y Recuerdos).
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Descubrir la Mano de Dios en lo que no se entiende.
Santa Teresa hace como un juego de palabras lleno de sabiduría sobrenatural, cuando dice: "…nunca pasa nada, y si pasa que importa, y si importa ¿qué pasa?"
Pues si pasa lo que pasa, añado yo, será lo que mejor nos pueda pasar, pues en esa situación estamos como Dios quiere que estemos; algo así como lo que dicen los maestros de espiritualidad: "lo que no depende de mí es Voluntad de Dios para mí".
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Así pues, ¡fuera angustias!, a descomplicarse no indagando porqués.
Cualquier cosa que nos pase o estemos obligados a hacer, aunque muchas veces no entendamos el por qué, es buena sencillamente porque es Voluntad de Dios y Dios es infinitamente bueno con nosotros. Y diremos que cuanto aceptamos por Amor de Dios y por la virtud de la Fe nos santifica y cobramos mérito. Y si es verdad que carece de mérito sólo el compadecerse del que sufre sin pasar a la acción, sí tendrá mérito, lógicamente, cuanto aportemos de acción o de oración.
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San Ireneo de Lyon afirmará que "Lo propio de Dios es hacer; lo propio del hombre, dejarse hacer" (Sermón 243).